viernes, 19 de abril de 2013

EL PEQUEÑO SALVAJE ( 1970 )

     
   Una de las grandes obras maestras del genial cineasta francés François Truffaut, interpretada por el propio director que da vida a la persona de Jean Itard, médico y pedagogo de inicios del siglo XIX, que certificó con su testimonio histórico la realidad de los hechos que se nos ofrecen. El director francés teje un relato plagado de enseñanzas de gran trascendencia. El eje central de la historia se centra en la lucha de Truffaut-Itard, por insertar en la sociedad a un pequeño niño que ha vivido en completo desconocimiento de la civilización, salvaje, en los bosques franceses, en abandono total. Es por tanto un pequeño salvaje el personaje del que será después Victor de Averyron, que así será bautizado por Itard. Este  conseguirá la completa educación del niño, acreditando ante la psiquiatría de aquella época que el chico podía llegar a ser civilizado e independiente. 

     El pedagogo pone en marcha un plan educativo para rehabilitar socialmente al salvaje de Aveyron, que como decíamos había sido abandonado en la naturaleza a una temprana edad y había logrado sobrevivir en ella. Víctor ( Jean Pierre Cargol ), el pequeño, desconoce la civilización, no sabe hablar ni comportarse, es un ser sin civilizar. Y va a ser como un conejillo de indias para Itard, ya que se va a valer de él para demostrar y contrastar las ideas filosóficas de su época, planteando la transformación del hombre natural de rousseau por el hombre civilizado, capaz de discernir y llegar a adquirir el sentido de la justicia.
   
La historia además es conmovedora por la humanidad con la que el protagonista trata al salvaje y por algunas escenas que son verdaderamente antológicas y todo ello a pesar de que utilice métodos expeditivos, de cierta dureza, para conseguir su objetivo.  Al principio aparece el pequeño, es descubierto accidentalmente y causa verdadera conmoción, llegando a ser exhibido en París como un monstruo de feria, internado en un hospicio y tomado por idiota absoluto. Allí será maltratado y es entonces cuando aparace el médico y  lo rescata de esa barbarie, lo rescata de la civilización para civilizarlo, demostrando así los frágiles límites que separan esta presunta civilización y lo salvaje que representa el mundo natural.  Abandonado a su suerte, la ciencia lo deshaucia, lo considera retrasado mental. Pinel, el maestro de Itard así lo cree, pero este irá demostrándole con pruebas evidentes su error y que realmente era la falta de educación y los malos tratos los responsables de su retraso que no era mental, sino que al haber estado privado del contacto con la civilización, vivía completamente separado de los individuos de su especie.

   El protagonista, que se hace cargo del pequeño y lo lleva a su propio hogar, nos muestra detenidamente sus técnicas vanguardistas de trabajo, apoyado por una sirvienta, para conseguir que Víctor salga de su estado y consiga hablar y socializarse. Pero será un camino duro y tortuoso para el pequeño, lleno de avances y progresos rápidamente perdidos por su regreso a la naturaleza y   rechazo a todo lo que le están enseñando.  Finalmente Itard conseguirá que Víctor se convierta en un ser humano como otro cualesquiera y, con su historia, Truffaut nos enseña que la educación es la herramienta esencial para el progreso del ser humano. Sin educación no somos nada. 


 El director deja traslucir, como hace también en los 400 golpes, parte de su dificultosa infancia. Y lo hace con un lenguaje cinematográfico próximo al documental que se hace muy atractivo por la rápida sucesión de los acontecimientos y la escasa duración del largometraje. Utiliza conscientemente el blanco y negro con el objetivo de sumergirnos en la época postrevolucionaria francesa. Y obviamente lo consigue,  creemos que estamos en ese momento tan trascendental para la historia de la  humanidad, curiosamente una etapa en la que se estaba definiendo el concepto de derechos humanos.

  A destacar una escena memorable en la que el pequeño salvaje es castigado injustamente por Itard y el niño, que no comprende lo que está pasando, comienza a chillar, podemos decir que se rebela. Esto sirve a la narración cinematográfica para demostrar la humanidad del salvaje y lo que verdaderamente nos diferencia de los animales: el espíritu de rebeldía ante la injusticia. Entonces puede afirmar Itard auténticamente que ese pequeño homínido, que poco se asemejaba a un ser humano, lo es verdaderamente. 

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