jueves, 25 de junio de 2015

El hombre de Alcatraz (1962)

 
   ¿Quién tiene derecho a atrapar a un ser vivo en una jaula?.¿Por qué no puede este, después, alcanzar la libertad?. Siguiendo la máxima de Hobbes, es cierto que solo al hombre se le ocurriría encerrar en una infrahumana jaula a otro semejante, incomunicado, solo, para que muera en vida y enloquezca. Pero, ¿hemos pensado en los pobres pajarillos?.

   Estamos ante una cinta que nos hará reflexionar sobre los sistemas penitenciarios y la necesidad de replantearnos si es la mejor forma de castigar a alguien tenerlo atrapado en un recinto para siempre, despojándolo de su dignidad como ser humano, como a un simple periquito. Pero también es una película muy emotiva sobre el valor de la amistad, la lealtad, las ganas de vivir, todo un canto a la vida que utiliza como metáfora a los pájaros puesto que nuestro protagonista, Bob Stroud (Burt Lancaster) un vil asesino, violento y desalmado acaba encontrando su humanidad en contacto con estos animales, se reforma, aprende a convivir mientras le impiden toda convivencia, aprende valores, a pedir perdón, a tener amigos y a luchar desde su encierro por un mundo mejor. Y ante todo estamos ante una película que defiende el valor del humanismo y la dignidad, la de este vil ser que consigue llegar a ser una persona verdaderamente humana.

   Basada en hechos reales, Stroud había sido condenado a doce años de prisión por un asesinato. Amarrado a su madre, con la que guarda una relación de dependencia, asesina a un guarda de la cárcel tras la negativa de este a dejarla verla una última después de muchos meses de incomunicación. El alcaide, un funcionario en principio de talante progresista, cree haber dado excesiva confianza a Stroud y poseído de un terrible odio por su crimen, lo condena a vivir el resto de su vida en una celda incomunicado del resto de la prisión y, por ende, del mundo. Cuando es condenado a muerte el cadalso queda establecido en el patio de la prisión para el cumplimiento de la sentencia. Sin embargo Elisabeth, la madre, tras llevar el caso a Washington, logra entrevistarse con la primera dama, la señora Wilson, y finalmente la pena es conmutada por cadena perpetua.


   Stroud queda definitivamente incomunicado por el resto de su existencia. Sin embargo un día, tras una fuerte tormenta, recoge en el diminuto patio al que le permiten. salir sin compañía, un pequeño nido de gorrión. Utilizando una habilidad de la que no había sido consciente hasta ese momento consigue alimentar al polluelo y, tras sacarlo adelante y convertirlo en su única compañía, consigue que el nuevo alcaide, tras quedar sorprendido por la habilidad del recluso para amaestrar al pequeño gorrión, autorice a los presos a que sus familias les envíen jaulas con jilgueros y periquitos. Straud consigue de manera artesanal y laboriosa fabricar una jaula con pedacitos de madera. En poco tiempo, y tras criar sus pequeños pájaros, llena la celda de jaulas. De pronto, un día sin ninguna explicación las pequeñas aves enferman y mueren. Straud, mediante un proceso muy laborioso, consigue crear un remedio contra la enfermedad de las aves que después patentará con ayuda de una mujer con la que logra una gran complicidad y que había acudido a prisión a entregarle un premio de una sociedad ornitológica.