
Es una película pausada, a fuego lento pero es de esas ocasiones en las que no resulta
tan tediosa esa lentitud, sobre todo si se sabe apreciar la belleza
vaporosa de la arquitectura veneciana. Podríamos hablar de un auténtico
documental, un viaje iniciático a la ciudad italiana bajo el pesado prisma de
un anciano compositor que, enfermo, sabe de la cercanía de su viaje final y que
busca desesperadamente el mejor final posible: el que proporciona la
contemplación de la auténtica belleza, la belleza sublime de una melancólica
ciudad y de una juventud que trata de ser aprehendida por su protagonista, que
intenta ser atrapada y que se escapa finalmente en un mundo que se derrumba. Partiendo de esta visión general podemos entrar a valorar algunos aspectos que generaron y siguen generando una viva polémica.
Hay un debate entre los que afirman que es una obra maestra total, inigualable y los que piensan que es una auténtica pérdida de tiempo, una película amanerada y sin sentido. Y posíblemente ambos bandos entén en lo cierto porque de todo eso se compone la obra de Visconti.
Para entender un poco la película quizás hata que haber visto alguna otra del director milanés, conocer su trayectoria desde el neorrealismo a un cine más aristocrático, cercano a su propio origen social. Paradigmática sería su incursión en el mundo del nazismo en la caída de los Dioses, donde introduce otra de sus grandes pasiones: la ópera.
La llegada de Gustav ( Dirk Bogarde) a Venecia, escenario del drama, define mucho lo que veremos a continuación. Es una escena inacabable, montado en un bote de pasajeros para acercarlo a la isla donde se encuentra su hotel, sufre ya ciertas humillaciones dentro del mismo viéndose su estado de extrema debilidad, de enfermedad terminal, al mismo tiempo que su enorme sensibilidad para apreciar la belleza de la puesta de sol en el gran canal veneciano. El hotel es la residencia de buena parte de la aristocracia europea del momento, principios del siglo XX. Esa nobleza que representa un mundo que está a punto de derrumbarse en la Primera Guerra Mundial y que nunca más volverá a ser lo que había sido.
Allí el avejentado compositor acude para reponerse de su precedente fracaso artístico, del rechazo que provoca su última obra al mismo tiempo que aliviar su delicado estado de salud. Paseando por la playa descubre la belleza quasi angelical de Tadzio, un joven adolescente de largos y ondulados cabellos rubios que encarnan para él todo un compendio de la belleza irresistible y carnal. Por él se sentirá inexorablemente atraído y será el leitmotiv del resto de su vida, su pasión e inspiración a pesar de que sea un deseo se tornará en neurosis enfermiza y por ese motivo se agravará su salud irremediblemente. Acabará siendo un pelele en manos de un niño de mamá un tanto juguetón que advierte muy pronto las intenciones del hombre maduro. En realidad no llegará nunca a establecer con él un contacto real y toda la relación se sustentará en miradas y silencios, en juegos un tanto infantiles a los que el vetusto compositor accederá para alimentar más si cabe su pasíon.
Una relación homosexual a pesar de que la película nos equivoca al apuntarnos en una sutil regresión temporal que Gustav tuvo una familia heterosexual anteriormente. Durante la película Gustav
recorre Venecia al compás quasi musical que marca el bello Tadzio,
fenomenalmente caracterizado por un actor que pasó a la fama por este papel,
Björn Andrésen, un andrógino joven que puede representar esa dualidad sexual
del protagonista, que será cruel con el anciano compositor, haciéndole sufrir
de manera gratuita en sus andanzas con sus compañeros más jóvenes en
diversos escenarios: el hotel, la sucia y decadente ciudad y la playa.
Este juego perverso nos permite admirar la belleza de una Venecia asolada por una epidemia de Tifus que compromete la vida de los veraneantes. Quizás podríamos decir que la ciudad de los canales sea la principal protagonista de esta historia de amores imposibles truncada por la muerte en un final tremendo, en el que Gustav sufre el colapso fatal en la playa mientras contempla a ese amor puro y virginal que jamás pudo alcanzar, esa belleza enigmática que tan solo regala una mirada esquiva al anciano agonizante. La música de Mahler provoca un podereso efecto conmovedor , más poderoso que cualquier evocación en nuestra mente.
Obligado resulta reseñar el trabajo de Dirk Bogarde, ese mayordomo nazi sádico de Portero de Noche, que en esta ocasión resulta impagable en el papel del músico agonizante, buscando desesperadamente una Venecia enigmática y confusa donde encontrará a su Tadzio, a su amor platónico, que lo llevará a la dulce muerte en un bello ocaso a la orilla del adriático. Bogarde resulta creíble a pesar del aparatoso maquillaje que todo el tiempo nos recuerda una vejez fingida. El joven actor Andersen también es de destacar a pesar de ser prácticamente su única interpretación. Es su papel y ese su momento: apareció para ser Tadzio. En otro plano Silvana Mangano, mayor y con un papel con poca relevancia aunque su sola presencia es inspiradora.
La ambientación y el vestuario son magníficos y destacables, reflejando perfectamente el barroquismo que nos habla de ese fin de ciclo, de ese final de época que en el fondo es el argumento principal del film.

La llegada de Gustav ( Dirk Bogarde) a Venecia, escenario del drama, define mucho lo que veremos a continuación. Es una escena inacabable, montado en un bote de pasajeros para acercarlo a la isla donde se encuentra su hotel, sufre ya ciertas humillaciones dentro del mismo viéndose su estado de extrema debilidad, de enfermedad terminal, al mismo tiempo que su enorme sensibilidad para apreciar la belleza de la puesta de sol en el gran canal veneciano. El hotel es la residencia de buena parte de la aristocracia europea del momento, principios del siglo XX. Esa nobleza que representa un mundo que está a punto de derrumbarse en la Primera Guerra Mundial y que nunca más volverá a ser lo que había sido.


Este juego perverso nos permite admirar la belleza de una Venecia asolada por una epidemia de Tifus que compromete la vida de los veraneantes. Quizás podríamos decir que la ciudad de los canales sea la principal protagonista de esta historia de amores imposibles truncada por la muerte en un final tremendo, en el que Gustav sufre el colapso fatal en la playa mientras contempla a ese amor puro y virginal que jamás pudo alcanzar, esa belleza enigmática que tan solo regala una mirada esquiva al anciano agonizante. La música de Mahler provoca un podereso efecto conmovedor , más poderoso que cualquier evocación en nuestra mente.

Obligado resulta reseñar el trabajo de Dirk Bogarde, ese mayordomo nazi sádico de Portero de Noche, que en esta ocasión resulta impagable en el papel del músico agonizante, buscando desesperadamente una Venecia enigmática y confusa donde encontrará a su Tadzio, a su amor platónico, que lo llevará a la dulce muerte en un bello ocaso a la orilla del adriático. Bogarde resulta creíble a pesar del aparatoso maquillaje que todo el tiempo nos recuerda una vejez fingida. El joven actor Andersen también es de destacar a pesar de ser prácticamente su única interpretación. Es su papel y ese su momento: apareció para ser Tadzio. En otro plano Silvana Mangano, mayor y con un papel con poca relevancia aunque su sola presencia es inspiradora.
La ambientación y el vestuario son magníficos y destacables, reflejando perfectamente el barroquismo que nos habla de ese fin de ciclo, de ese final de época que en el fondo es el argumento principal del film.
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