sábado, 4 de mayo de 2013

LA VIDA DE LOS OTROS ( 2006)


   Extrordinaria producción germana, de carácter histórico, dentro de ese nuevo cine alemán que tantos éxitos ha cosechado últimamente. En este caso la película recibió el Óscar de la Academia a la mejor película de habla no inglesa. Asistimos a un drama con tintes de cine negro, de thriller, de espionaje, centrado en la antigua Alemania Oriental, la RDA, República Democrática Alemana.  La policía política, la STASI, temida por sus métodos de tortura, espia a cualquier sospechoso de disidencia. Es obvio que para mantener el totalitarismo se necesita un cuerpo policial que actue causando terror en la población y que controle mediante el espionaje a los habitantes más díscolos. Sobre esta realidad histórica, mejor dicho, sobre esta pesadilla que duró hasta hace bien poco históricamente hablando ( 1989 ) se construye la historia, que es un drama, donde el capitán Gerd Wiesler ( Ulrich Mühe), eficiente oficial del servicio de espionaje recibe el encargo de investigar, pinchar el teléfono, en definitiva: espiar a una pareja formada por un conocido escritor y una actriz. Mientras escucha, mientras viola toda la intimidad de estas personas, mientras solivianta derechos fundamentales, algo propio de toda dictadura, comenzará a darse cuenta de lo cruel de su actuación, de las consecuencias dramáticas que tienen sus informaciones. Todo ello le llevará a un proceso que le hará ir viendo la realidad desde otro punto de vista, podemos decir que irá empatizando con estas personas que están implicadas de lleno en la disidencia, en la lucha por la libertad para su país.

    Se trata de una película de temática política muy lúcida y brillante. Esta construido de manera sencilla, sin alharacas, pero está tan bien contada, tan bien narrada, el guión es tan brillante, que merece la pena ser vista una y otra vez. Es una de las grandes joyas del cine europeo reciente. El guión es sobrecogedor por la crudeza con que se describe la fría y desalmada forma de operar de un régimen totalitario y como el ser humano, puesto a su servicio, deja de serlo, se convierte en una fría máquina dispuesta a lo que le ordene ese mecanismo siniestro estatalizado de partido único. Nos encontramos en los estertores del mundo bipolar, de la guerra fría. Weissler vigila noche y día, casi de forma mecánica a la pareja de artistas, sospechosos de colaborar con la disidencia y de querer contactar con el mundo libre y fugarse al Berlín occidental.

     Estos son  Georg Dreyman ( Sebastian Koch), escritor e intelectual y la actriz famosa Christa-María Sieland ( Martina Gedenk). Ambos se reunen con otros escritores y actores en su apartamento, en fiestas y otros encuentros donde, secretamente, tratan de poner en marcha su proyecto. Lógicamente, el régimen los vigila y espía. Henckel-Donnersmarck realiza una magnífica labor, en una cadenciosa obra de arte que crece con el metraje. Llena de matices, excepcional uso de las sombras y grises en contraposición con el colorido mundo libre.



   Poco a poco, lentamente, se va desarrollando la trama dramática, esa persecución, es gran hermano orwelliano que todo lo oye, en este caso representado por el frío y solitario Weissler, un hombre sin alma aparente, esbirro del sistema y del que vemos que su triste vida es premiada por las autoridades con prostitución pagada por el estado, en una escena en la que vemos casi mecánicamente la función de la meretriz, casi como si fuese una máquina.
   Pero Weissler irá humanizándose poco a poco, comprendiendo que lo que está haciendo no es correcto y sirve para el mal, va empatizando con la vida de las personas a las que espía. Ello es un reflejo del declive moral de la propia RDA en aquellos años. 
   Lo mejor llegará en el tramo final , un final cortante que deja frío al espectador, aunque en el fondo se acabará imponiendo un mundo mejor, con la caída del Muro de Berlín, los personajes que sobreviven se reencuentran en una librería en la que no se conocen.

   Las interpretaciones son excepcionales, destacando el papel de Weissler, un genial Mühe, en su última interpretación. Su personaje, sobre el que gira todo el argumento, está lleno de matices: aparentemente frío  y maquinal, es de una gran ternura llegado el momento. Un papel duro y creíble y asumiendo la mayor carga dramática.  Es un símbolo de lo que fue esa parte final de la Guerra Fría, de su caída inminente, al igual que la de su personaje. Los otros dos protagonistas están magníficos, en especial Sebastian Koch, que está realmente conmovedor tanto en su especial relación con su pareja, a la que adora, como en su defensa de los valores democráticos y su lúcida visión de lo intolerable. También es un papel simbólico, lleno de matices, el poder de la palabra, la lucha mediante esta, en tiempos difíciles, representando a esa intelectualidad que se compromete, sabiendo que se la juega, que puede morir a manos del aparato represor del Estado. Todo ello nos hace reflexionar sobre el mundo actual y si es, a través de la crítica y de las letras, la única forma de cambiar las cosas.

    En definitiva, esta película, con su drama, nos llega a lo más profundo, nos deja tocados, pero no por ello dejaríamos de regresar eternamente a su visionado. Es una excepcional obra de arte, banda sonora incluída. 
    

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