Estamos ante otra de esas películas complejas del siempre interesante director canadiense de origen armenio Atom Egoyan. En esta ocasión se trata de un verdadero ejercicio de estilo, de cine dentro del cine, en el cual se utiliza el rodaje de una película sobre la situación del pueblo armenio en Turquía a principios del siglo XX, su genocidio como punto central para desarrollar una trama en la que el estudio psicológico de los personajes es fundamental, como en otras películas de este poliédrico director. Tenemos por tanto cine dentro del cine, pero hay mucho más, ante todo la terrible sensación de desánimo cuando tratamos de entender la masacre del pueblo armenio y el negacionismo de toda una nación, la turca, que a día de hoy continúa sin reconocer lo que fue su propia barbarie, el asesinato premeditado y masivo de toda una población que habitaba en su imperio en la segunda década del siglo XX.
Después tenemos diversos personajes, destacando ante todo a Raffi ( David Alpay), un canadiense de origen armenio cuya madre es experta en historia del arte, en concreto en la obra de un pintor turco-armenio, Arshile Gorky y cuya novia, su hermanastra, odia a su nuera-ex-madrastra, culpándola de la muerte de su padre. El cuadro de Gorky, El artista y su madre, es muy importante, es clave en toda la atormentada y turbadora historia que entreteje Egoyan. Porque el cuadro es la prueba evidente de que el pueblo armenio sufrió, porque el pintor sufrió viendo morir a su madre y por eso no podía dibujar sus manos, después de años pintando su obra, de obsesiones y depresinones, basada en una fotografía que milagrosamente logró salvar a la barbarie turca, que masacró, torturó y pasó a cuchillo a toda su aldea. Todo esto que observamos es lo está rodando Soroyan en su largometraje. Los actores de la película que se rueda son importantes. El joven que interpreta al sanguinario oficial turco Jevdet Bay, Alí ( Elias Koteas) es de origen turco en la realidad y discute con Raffi, negando la existencia del genocidio armenio.

Egoyan es un especialista en el interiorismo del alma humana, en entrar dentro de la mente de sus personajes. Y eso es lo que va haciendo en las dos horas que dura el film, tratando de desentrañar las fobias y filias, los duelos mal cerrados, las angustias de sus personajes pero que son también las de todo un pueblo, de una colectividad. Un galimatías deliberadamente propiciado para conseguir extraer un luz del caos, un mensaje claro y nítido que nos revele la verdad, su verdad, la verdad del pueblo armenio y la mentira nacional turca. Como siempre con una acertadamente sombría fotografía, fría, interior. El rodaje se mueve en pequeños espacios interiores, incluso el estudio de grabación ( recordemos que el rodaje de la película dentro de la película no puede hacerse en Turquía) y vemos el interior de los estudios de grabación, las cámaras y el mundo de los actores, sus fobias y sus filias. La música de Mychael Danna es soberbia, melancólica, mezclando esos sonidos orientales y misteriosos que acentúan el temor de todo un pueblo, nuestro propio temor a descubrir la verdad de las cosas.

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