Una gran interpretación de la enfermedad es lo que Marian Álvarez exhibe en esta película sencilla y sufrida de Fernando Franco. No es un film que atrape o apasione sino que, por el contrario, se torna por momentos sinceramente desagradable ya que nos sitúa a Ana, una mujer que trabaja en una ambulancia ayudando a los demás, como centro de su propia enfermedad mental y de su autodestrucción. Tanto es así que el director sitúa la cámara en el cogote de la actriz protagonista y, por momentos, sentimos que estamos persiguiéndola, como si huyera despavorida, no como una manía persecutoria sino de la propia enfermedad psiquiátrica que padece, el conocido como trastorno límite de la personalidad. Pero no puede salir de su infierno particular, es consciente de ello y por eso se hiere, se castiga a sí misma, en secreto, sin que su madre lo pueda siquiera percibir.
Todo en su vida se derrumba en su interior: su padre se marchó de casa y ahora se va a casar con otra mujer, su novio ya no le responde al teléfono y ha decidio cortar, carece de amistades fuera del trabajo, se sinte sola y culpable de todo lo que le sucede. La depresión la desborda y pronto llega la herida o, mejor dicho, las heridas que ella misma se inflige en una espiral autodestructiva.
El director Fernando Franco, montador profesional que realiza aquí su primer largometraje, utiliza reiterativamente el plano secuencia, en un interminable seguimiento de todos los movimientos de su actriz que, dicho sea de paso, da sentido a esta historia, la llena y desborda por completo. Su interpretación es suficientemente contundente como para justificar su visionado, es desbordante, sorprendente, su rostro refleja el enorme sufrimiento que padecen este tipo de personalidades límite, el dolor y la frustración por no poder controlar su propia existencia. Merecido el premio del cine español a su interpretación.
Una película obligatoria para los que disfrutamos de grandes interpretaciones aunque el contexto de la película no sea excesivamente atractivo. Un cine de desolación sin límite, sin alharacas ni pretensiones, de bajo presupuesto y alta calidad aunque no apto para personas poco acostumbradas a sufrir, a pasarlo mal viendo cine casi documental. También óptima para estudiosos de la psiquiatría y para los que, en general, sufren con el sufrimiento ajeno.
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