lunes, 5 de agosto de 2013

VACAS (1992)


    Ópera prima de Julio Médem, ya es una obra maestra, es una película que no puede dejar indiferente a nadie. Película de culto (al menos para mí) representa ya desde este primer eslabón una cadena que esperemos que dure todavía décadas. La genialidad de Médem en retratar obsesiones de una manera única comienza con buen pie desde el momento en el que Manuel, el aizkolari cobarde, queda completamente alucinado con el ojo de una vaca. Ese ojo lleno de moscas que es el único testigo ( al menos para él) que sabe de su bajeza. Más tarde, ya anciano, pintará obsesivamente vacas, que no dejan de ser alegorías de su remordimiento.  Porque Manuel Irigibel, buen leñador vasco, no puede superar un atávico terror a las armas, a la muerte y queda completamente paralizado en las trincheras mientras los liberales han masacrado a toda la columna carlista a la que pertenece,  incluído Carmelo Mendiluce, también aizkolari, esto es, el que corta troncos con un hacha,  rival en el noble deporte de cortar leña a destajo, la aizkolaritza, tradición vasca y de otras regiones españolas y europeas. Estamos en plena 3ª Guerra Carlista, el frente vasco como siempre, lugar carlista por antonomasia (ver las gorritas rojas de la ertzaintza). Manuel se embadurnará con la sangre todavía fresca de Carmelo, que suplica ayuda moribundo. Pero su miedo le hará hacerse pasar por muerto amontonado en una amalgama informe de cadáveres camino de la fosa común. Aunque un carro le destroza la rodilla, sigue muerto, sin pulso, sin vida aparente. Y ya nunca recuperará su vida normal, será un muerto en vida pintando vacas y soñando con un tronco destrozado y sin vida que es el agujero que conduce al mismísimo infierno.

     De repente veremos a una nueva generación de vascos, las mismas familias (o quizás la misma) con ese odio, unos 35 años después. Manuel anciano y cojo de por vida  pintando vacas junto a sus nietas, ¿influencia daliniana en el autor?. Su hijo, fiel retrato suyo de adolescente, un siempre apabullante Carmelo Gómez que realiza tres papeles en uno. Ahora es Ignacio y la disputa se traslada al terreno que ya anuncia el inicio de la película: la tala de troncos y las apuestas entre vecinos y viandantes. Ignacio contra el vecino Juan, un muy notable Cándido Uranga, que interpreta dos valiosos papeles. Aunque parece que la disputa va más allá del deporte, vemos el odio entre caseríos tan cercanos. Triunfa Ignacio, que se hace popular y recorre las tierras euskaldunas en loor de multitudes mientras Juan se resiente de su derrota, se aisla del mundo, hasta de su familia: se vuelve loco y tendrá una relevancia en el desenlace de la trama de suma importancia, en un regreso al carlismo de su padre, ya en plena Guerra Civil Española.

    Otros personajes son de gran importancia, no solo el abuelo que continúa obsesionado por las vacas y por el agujero profundo, sino sus nietos y los habitantes del caserío contiguo: Pilar Bardem, como Paulina es como la mamma siciliana de su clan, dominando a todos, incluso a Juan, ya derrotado. Aparece también una todavía prometedora Ana Torrent a pesar de su carrera infantil con Saura. Ella es Catalina, la hermana de Juan.  Aquí aparece una especie de aventura shakesperiana, ya que ella se enamora del rival de su familia y, en particular de su hermano, el fortachón Ignacio y van a procrear en un adulterio que destruirá el matrimonio. Sin embargo, el fruto de su infidelidad recurrente, es su hijo Peru Irigibel que siente una admiración por su medio hermana Cristina ( Emma Suárez). Ambos se idolatran, ambos se quieren, ella 15 años mayor que él, pero estarán muy unidos.


   A lo largo de toda esta trama propia de Cien años de soledad, de esta saga, vemos el deterioro cada vez mayor de Juan, el hermano de Catalina, dictador y violento, se volverá completamente loco no recuperando su cordura hasta su enrolamiento en las filas nacionales, en la guerra del 36. Vemos también el amor cada vez más intenso entre los medio hermanos, vemos las escapadas amorosas, ya con automóvil, de Ignacio y Catalina que tanto disgustan a Madalena ( Klara Badiola), su mujer y madre de sus hijos "legítimos".  Vemos también como la historia nos habla del exilio por razones económicas hacia américa de parte de la familia Irigibel y el retorno de Peru como fotógrafo en la Guerra Civil y cómo, otra vez, surge el amor, un amor fraternal pero real, como la vida misma, quizás imposible, pero no por ello menos intenso. Cristina no ha podido olvidar a Peru y este, casado  y con hijos, regresa al caserío en pleno comienzo de la sublevación militar, como fotógrafo para un periódico inglés. Pero en realidad regresa por Cristina a la que nunca podrá poseer. Los momentos dramáticos son muy intensos pero finalmente el loco tío de Peru le salva la vida.


    Las interpretaciones están a la altura del magnífico y potente guión de Médem, tanto los ya nombrados Carmelo Gómez, Ana Torrent y Emma Suárez. Especial atención al anciano Txema Blasco, que es el primer componente de la saga de leñadores, el que se hace pasar por muerto, el que queda atrapado en el ojo de la vaca y, después, en todo tipo de artilugios que, como una cámara fotográfica, consigan atrapar la realidad a través del interior de un agujero.  Karra Elejalde quizás sea el más flojo pero no desmerece en el conjunto, su papel, espontáneo e intermitente resume todas las tensiones dramáticas del guión.

 
   La mezcla de todos estos efectos visuales y el impacto que producen en el espectador, la música de Alberto Iglesias que desconcierta y aumenta la tensión dramática y el simbolismo ya presente en esta primera obra completa de Julio Médem. En la retina propia quedan elementos como el ya citado tronco muerto del árbol, que es como un descenso a los infiernos tradicionales vascos, el espantapájaros que, mediante un resorte, siega en forma circular todo lo que se atreva a pasar por allí o el muñeco-trampa que, hacha en mano, pretende atrapar a cuantos jabalíes se atrevan a adentrarse en el pequeño mundo que constituyen estos aislados caseríos. Pero es que el mismo bosque, con su maleza, nos conduce a un escenario terrorífico y tensional, emocional que nos mantiene en vilo durante todo el metraje. Una historia original y perturbadora que es simplemente Julio Médem en estado de gracia.

2 comentarios:

  1. En fin, puedes dar por saldada la deuda con los Arnolfini, jeje. Me hubiera gustado más una lectura menos narrativa y más freudiana, quizá sobre los ojos profundos de mirada vacía de las vacas como el hueco inconcluso del árbol caído o la explícita dicotomía del bosque frondoso que todo lo absorbe y a cuya naturaleza no pueden hacer frente los hombres, a pesar de la furia que le dediquen a sus hachas. Ya sabes, locuras obsesivas que son omnipresentes en la filmografía de Medem. Pero, por supuesto, mil gracias.

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  2. Si, cito esas locuras narrativas. Lo cierto es que la película me gustó mucho, me resultó muy atractiva y merecedora de un director de la trayectoria de Médem. Menuda ópera prima que se gastó el amigo. Lo simbólico está siempre presente en él y aquí sucede casi obsesivamente, quizás daría para un comentario más profundo, freudiano.

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