
Y tenemos un asesinato sobre la mesa, para empezar, el del señor Lampert. Su esposa, que quiere separarse de él porque nunca está en casa, se entera del homicidio nada más regresar a París. Pero antes, en la estación de esquí ha conocido como de casualidad a un atractivo personaje llamado Peter Joshua ( Cary Grant) con el que surge una chispa prematura, una complicidad. Los dos están separados, los dos parecen tener cosas en común, parece que ha sentido algo por ese personaje tan trajeado que se ha cruzado en su vida. Esto es tan solo el epílogo. Después comienza la trama principal: París, que es la protagonista coral de todo este embrollo maravilloso.
En la ciudad de la luz, el comisario de policía comienza sus pesquisas para averiguar algo de del asesinato del señor Lampert. Advierte a Reggie de que no salga de la ciudad después de reconocer el cadáver de su todavía esposo. Pronto, otra escena del absurdo, de esa comedia sutil: el funeral. Ella y su amiga solas en la sala, al fondo el comisario observando. -Parece que no tenía mucho amigos, ¿Verdad?, dice ella. Pero, de pronto, comienzan a entrar unos individuos muy sospechosos. Todos se acercan al féretro y miran al difunto. Alguno incluso saca un pequeño espejito, de los que se usaban para saber si una persona no exhalaba ningún aliento. Todo es grotesco, pero estos personajes, tres, conocían muy bien al fiambre: eran compinches de un gran robo durante la Segunda Guerra Mundial, un dinero que pertenecía a los aliados y que ellos hicieron desaparecer para apropiarse de el cuando el conflicto terminara. Pero vaya por Dios que todo el dinero se lo trincó el señor Lampert y ahora todos lo buscan y creen que está en posesión de la señora Lampert.
Ella por supuesto no sabe nada, ni siquiera la identidad exacta de su marido. La había tenido engañada a la par que abandonada aunque, por lo que parece, con numeroso cash en su poder. Ella que era una dulce chica, traductora de la EURESCO, que jamás se había metido en problemas se va a ver inmersa en un follón de tres pares de narices. Pero pronto aparece de nuevo en París el hombre que la había impresionado en la estación alpina. El señor Josua o ¿ en realidad es otra persona?. ¿Está usted casado? le pregunta ella...no estoy divorciado. Al final la pregunta es ¿ cuál es su verdadero nombre, señor Josua? y, nuevamente ¿está usted casado?. Y vuelta a empezar en el embrollo.

El papel de Cary Grant es la clave de bóveda de toda la película: sus múltiples cambios de personalidad. ¿será ese cuarto hombre que quiere el dinero?. Aún dudando, ella está enamorada y confía en él. Parece absurdo, como toda la película lo parece, pero todos los sospechosos se hospedan en el mismo hotel. Y allí van cayendo como moscas. Alguien va acabando con ellos para quedarse todo el dinero. Cada víctima aparece vestido en pijama, absurdo ¿verdad?. Lo cierto es que hay cosas y situaciones casi surrealistas. ¿Quén será Carlson Dyle, ese cuarto hombre que está asesinando al resto para quedarse todo el botín?. ¿Será el amable, simpático y divertido señor Josua, que está por otro lado siempre al lado de Reggie?. Ella no puede confiar en nadie y debe llamar al señor Bartolomew si hay novedades. Al final descubriremos al auténtico Dyle, sucio y vil asesino pero entre medias tenemos escenas de un gran sentido del humor, divertidas.
Son esas escenas que quedan en la retina de un clásico como este. Cary Grant y Audrey Hepburn jugando al juego de la manzana, con las expresivas caras del primero. El actor americano duchándose vestido, en una especie de juego absurdo de fetichismo, los paseos románticos por el Sena, y muchas otras más que son como un puzzle que compone una película coral que ha quedado para la historia del séptimo arte. Nadie podría sospechar donde está el dinero y, sobre todo, quien lo tiene. Ese es el misterio de la película, es imposible saber quién será el asesino, desde luego ninguno de los que huelen a ello lo serán pero si se puede decir que el mundo de la filatelia tiene mucho que ver.

Las actuaciones son, a mi modo de ver, correctas pero no extraordinarias. Audrey Hepburn aparece excesivamente encasillada en su papel de mujer glamourosa y fatal, exhibe en cada escena un modelito diferente de Givenchy. Cary Grant no deja de ser el de siempre, un actor con una marcada vis cómica y un siempre agradable papel. El resto del reparto está correcto para lo que se les exige. Hay pesos pesados como comenté antes, como Kennedy o Coburn pero no nos acaban de parecer creíbles por lo ridículo de sus papeles, aunque sean criminales sin escrúpulos. Mención aparte merece el siempre genial Walter Mattau, que en esta ocasión no necesita a Jack Lemmon porque ni falta que le hace. Está soberbio.
Charada es una puta locura, pero una locura fenómenal, misteriosa y entretenida. Absurda, pero ya quisiérmos que todas las absurdeces fueran tan geniales como esta. Chapeau.
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