viernes, 16 de agosto de 2013

CHARADA (1963)

  A veces descubro en mi disco duro películas que han llegado ahí y son de esos clásicos que siempre nos quedan por ver. Sinceramente no creí que nunca vería esta película porque no me llamaba el argumento a priori. Pero por uno de esos azares del destino van y la ponen en televisión sin anuncios. Bueno, pues habrá que verla. Tiene mucha fama y no la he visto. Y lo cierto es que es uno de los grandes clásicos de Stanley Donen, con unos especialmente brillantes Cary Grant y Audrey Hepburn. Es de esas películas imprescindibles que como decía le faltan a uno siempre por ver y he de reconocer que he visto mucho de Hitchcock en ella. De hecho si alguien viera dos películas, una del maestro británico y esta de Donen pensarían que podían ser del mismo director con una salvedad, difícilmente el director británico hubiera hecho primar el humor sobre el suspense, como aquí hace Donen. Es por tanto un thirller de suspense trufado de comedia romántica.  Ese humor está presente a lo  largo y ancho de ella aunque no decaiga la trama de misterio.  Observamos desde el principio el tenor, es solo una pincelada, pero cuando una pistola emerge desde un rincón de la agradable terraza en la que Reggie Lampert ( Audrey Hepburn) pasa sus vacaciones en la nieve    creemos que alguien la va a matar como, en la secuencia inmediatamente anterior, acaban de asesinar a su marido, el señor Lampert. Pero es solo un niño engreído y juguetón que mancha su cara de agua. Pues como eso todo, porque la historia de espionaje que se desarrolla en París es sencillamente un disparate total y roza el absurdo. Pero da igual, porque no tiene precio ver a la Hepburn, porque ver a Grant en un papel de los suyos, agradable, cómico y metido en mil y un líos resulta siempre un placer.

  Y  tenemos un asesinato sobre la mesa, para empezar, el del señor Lampert. Su esposa, que quiere separarse de él porque nunca está en casa, se entera del homicidio nada más regresar a París. Pero antes, en la estación de esquí ha conocido como de casualidad a un atractivo personaje llamado Peter Joshua ( Cary Grant) con el que surge una chispa prematura, una complicidad. Los dos están separados, los dos parecen tener cosas en común, parece que ha sentido algo por ese personaje tan trajeado que se ha cruzado en su vida. Esto es tan solo el epílogo. Después comienza la trama principal: París, que es la protagonista coral de todo este embrollo maravilloso.

 En la ciudad de la luz, el comisario de policía comienza sus pesquisas para averiguar algo de  del asesinato del señor Lampert. Advierte a Reggie de que no salga de la ciudad después de reconocer el cadáver de su todavía esposo. Pronto, otra escena del absurdo, de esa comedia sutil: el funeral. Ella y su amiga solas en la sala, al fondo el comisario observando. -Parece que no tenía mucho amigos, ¿Verdad?, dice ella. Pero, de pronto, comienzan a entrar unos individuos muy sospechosos. Todos se acercan al féretro y miran al difunto. Alguno incluso saca un pequeño espejito, de los que se usaban para saber si una persona no exhalaba ningún aliento. Todo es grotesco, pero estos personajes, tres, conocían muy bien al fiambre: eran compinches de un gran robo durante la Segunda Guerra Mundial, un dinero que pertenecía a los aliados y que ellos hicieron desaparecer para apropiarse de el cuando el conflicto terminara. Pero vaya por Dios que todo el dinero se lo trincó el señor Lampert y ahora todos lo buscan y creen que está en posesión de la señora Lampert.


    Ella por supuesto no sabe nada, ni siquiera la identidad exacta de su marido. La había tenido engañada a la par que abandonada aunque, por lo que parece, con numeroso cash en su poder. Ella que era una dulce chica, traductora de la EURESCO, que jamás se había metido en problemas se va a ver inmersa en un follón de tres pares de narices. Pero pronto aparece de nuevo en París el hombre que la había impresionado en la estación alpina. El señor Josua o ¿ en realidad es otra persona?. ¿Está usted casado? le pregunta ella...no estoy divorciado. Al final la pregunta es ¿ cuál es su verdadero nombre, señor Josua? y, nuevamente ¿está usted casado?. Y vuelta a empezar en el embrollo.

  La verdad es que todos creemos que el tal Josua es parte de la trama, que solo quiere enamorar a la chica para tomar el dinero y correr. Pero no será así, al menos no tan crudamente.  El inspector la remite a la embajada americana  donde un personaje maravillosamente intrepretado por Walter Mattau, el señor Bartolomew, la pone al corriente del pasado de su difunto marido y la previene: todos quieren el dinero, ella está en grave peligro si no devuelve o encuentra el dinero. El dinero debe volver a su dueño: los Estados Unidos. En la foto que le muestra está su marido y los otros tres personajes que asistieron al funeral. Allí están James Coburn, Georg Kennedy y Ned Glass, los tres actores que tan magníficamente interpretan el papel de matones pero, de buen rollo, para que el tono de la película no se aparte mucho de la comedia ligera. De buen rollo pero asesinos al fin y al cabo. Bartolomew advierte a la señora Lampert del enigmático señor Josua: también quiere el dinero, es "el cuarto hombre" que no aparece en la foto, un tal Dyle,que estuvo en el pelotón de los ladrones.


   El papel de Cary Grant es la clave de bóveda de toda la película: sus múltiples cambios de personalidad. ¿será ese cuarto hombre que quiere el dinero?. Aún dudando, ella está enamorada y confía en él. Parece absurdo, como toda la película lo parece, pero todos los sospechosos se hospedan en el mismo hotel. Y allí van cayendo como moscas. Alguien va acabando con ellos para quedarse todo el dinero. Cada víctima aparece vestido en pijama, absurdo ¿verdad?. Lo cierto es que hay cosas y situaciones casi surrealistas. ¿Quén será Carlson Dyle, ese cuarto hombre que está asesinando al resto para quedarse todo el botín?. ¿Será el amable, simpático y divertido señor Josua, que está por otro lado siempre al lado de Reggie?. Ella no puede confiar en nadie y debe llamar al señor Bartolomew si hay novedades.  Al final descubriremos al auténtico Dyle, sucio y vil asesino pero entre medias tenemos escenas de un gran sentido del humor, divertidas. 

   Son esas escenas que quedan en la retina de un clásico como este. Cary Grant y Audrey Hepburn jugando al juego de la manzana, con las expresivas caras del primero. El actor americano duchándose vestido, en una especie de juego absurdo de fetichismo, los paseos románticos por el Sena, y muchas otras más que son como un puzzle que compone una película coral que ha quedado para la historia del séptimo arte. Nadie podría sospechar donde está el dinero y, sobre todo, quien lo tiene. Ese es el misterio de la película, es imposible saber quién será el asesino, desde luego ninguno de los que huelen a ello lo serán pero si se puede decir que el mundo de la filatelia tiene mucho que ver.


   Lo cierto es que la película cuenta con otros valores al margen del guión que, como digo, es delirante por no decir absurdo aunque no puede ser de otra manera al tratarse de una comedia metida con calzador dentro de una trama de misterio. Ello ofrece al guión valores positivos, es muy difícil hacer una buena y entretenida comedia y mantener la tensión con el suspense que tiene la historia. También es perfecta la banda sonora de Henry Mancini, siempre genial. Y la labor fílmica del director está fuera de toda duda, por su maestría y el ritmo brutal que sabe darle a toda esta locura. Impagables las escenas finales, donde todo coge mucha mayor velocidad y parece que quedamos un tanto aturdidos.

  Las actuaciones son, a mi modo de ver, correctas pero no extraordinarias. Audrey Hepburn aparece excesivamente encasillada en su papel de mujer glamourosa y fatal, exhibe en cada escena un modelito diferente de Givenchy. Cary Grant no deja de ser el de siempre, un actor con una marcada vis cómica y un siempre agradable papel. El resto del reparto está correcto para lo que se les exige. Hay pesos pesados como comenté antes, como Kennedy o Coburn pero no nos acaban de parecer creíbles por lo ridículo de sus papeles, aunque sean criminales sin escrúpulos. Mención aparte merece el siempre genial Walter Mattau, que en esta ocasión no necesita a Jack Lemmon porque ni falta que le hace. Está soberbio. 

   Charada es una puta locura, pero una locura fenómenal, misteriosa y entretenida. Absurda, pero ya quisiérmos que todas las absurdeces fueran tan geniales como esta. Chapeau.

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