Una de las obras maestras de la filmografía de Costa-Gavras, la película que lo catapultó a la fama dentro del género con el que más se identifica, el cine de denuncia política. Asímismo, su film más premiado y valorado, con hasta 19 nominaciones en diferentes festivales que dejan constancia del impacto que en su momento tuvo así como de su calidad. Es cierto que la película constituye todo un alegato contra el totalitarismo ejercido por gobiernos dictatoriales, en especial aquellos de la segunda mitad del siglo XX dirigidos por militares, incluso aquellos que se autoproclamaban democráticos pero que además de votar cada cierto tiempo, poco más tenían de ello. Vemos los caracteres propios del fascismo de estado en sus inicios, digamos en sus primeros pasos, es decir, un fascismo en el gobierno que permite la existencia de oposición pero que la reprime directa o indirectamente, a través de organizaciones paramilitares o políticas a la sombra del poder. Es por tanto en ese sentido una película también atemporal puesto que lo que denuncia se sigue produciendo y, por desgracia, seguirá ocurriendo en muchas naciones del mundo.
El trabajo de dirección no es tan importante, lo que cuenta es el documento histórico que narra, que sirve de denuncia. Gavras se centra más en este aspecto y descuida otros elementos formales del lenguaje cinematográfico, creando siempre en sus películas ambientes quasi documentalescos donde lo importante es el mesaje. No obstante hace uso de una variedad de recursos técnicos narrativos y técnicos, con contínuos saltos temporales, utilización de planos cortos, generales y primeros planos, uso contínuo del zoom logrando de esta manera centrar mucho más la atención del espectador en determinados momentos dramáticos o personajes individuales. Con todo ello logra aquí su trabajo más logrado, su obra icónica, que no ha enevejecido todo lo bien que debiera puesto que resulta demasiado pesada por momentos, un tanto lacónica y algo inverosímil aunque sabemos de antemano que estamos viendo algo basado en hechos verídicos.
Los actores están magníficos. Se creen sus papeles y logran trasmitir su angustia y su lucha cotra la persecución implacable del poder autocrático logrando hacernos creíbles esos personajes entre los que destaca por encima de todo un dignísimo Yves Montand como Z, el pacifista político asesinado ante las obscenas y pasivas miradas de los servicios de seguridad y un excepcional Jean-Louis Trintignant en el papel del juez instructor que va evolucionando, primero aparece como dócil al servicio del poder y después lo vemos como digno acusador de la indecencia y corrupción de un régimen bastardo. Irene Papas, en el papel de Hélène, la esposa engañada de Z, realiza una pequeña aportación casi testimonial, sin diálogos, pero su sola presencia llena la pantalla, muda ante los sucesos que están aconteciendo a su alrededor. No son los únicos que rozan a gran nivel puesto que en general, incluso aquellos que interpretan a unos personajes mitad siniestros mitad ridículos, hacen un buen trabajo.
Una buenísima banda sonora de Mikis Theodorakis pone el colofón a este auténtico documento histórico , a una joya necesaria como casi todas las obras del director greco-francés. La frase que aparece en los títulos de crédito, al principio, es del todo esclarecedora de ese cine comprometido de Costas: "Cualquier parecido con la realidad no es fruto del azar, es voluntario", todo un manifiesto de intenciones, de compromiso ante la verdad, ofenda a quien ofenda. No en vano ha sido un director maldito para un determinado sector de público y crítica poco adscrito a un cine político descarnado, sin concesiones al capitalismo duro.
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