lunes, 27 de enero de 2014

Z. (1969)



   Una de las obras  maestras de la filmografía de  Costa-Gavras, la película que lo catapultó a la fama dentro del género con el que más se identifica, el cine de denuncia política. Asímismo, su film más premiado y valorado, con hasta 19 nominaciones en diferentes festivales que dejan constancia del impacto que en su momento tuvo así como de su calidad. Es cierto que la película constituye todo un alegato contra el totalitarismo ejercido por gobiernos dictatoriales, en especial aquellos de la segunda mitad del siglo XX dirigidos por militares, incluso aquellos que se autoproclamaban democráticos pero que además de votar cada cierto tiempo, poco más tenían de ello. Vemos los caracteres propios del fascismo de estado en sus inicios, digamos en sus primeros pasos, es decir, un fascismo en el gobierno que permite  la existencia de oposición pero que la reprime directa o indirectamente, a través de organizaciones paramilitares o políticas a la sombra del poder. Es por tanto en ese sentido una película  también atemporal puesto que lo que denuncia se sigue produciendo y, por desgracia, seguirá ocurriendo en muchas naciones del mundo.


   Z es una obra de denuncia de todo eso, sirviéndose de un país imaginario aunque, y esto no es revelar nada, deja entrever la situación de la grecia de los años 60, controlada por los militares y más tarde aprisionada en la dictadura de los coroneles. Un líder opositor de un partido de izquierdas y pacifista, Z, es asesinado en plena calle durante la celebración  de un mítin político. Z era un hombre carismático que arrastraba a las masas y, plenamente consciente del riesgo que corría al celebrar la conferencia en aquella situación, vemos como el gobierno, que se supone democrático, no hace nada para evitar el atentado. Muy pronto vemos como detrás del asesinato está un grupo secreto de extrema derecha que cuenta con el beneplácito del ejecutivo. Pero incluso en aquella situación, en la que las libertades están coartadas por un gobierno elegido democráticamente que impide a la oposición desarrollarse plenamente y en libertad, surge la figura de un juez independiente que se atreve a hacer su trabajo. Y con su trabajo, con sus pesquisas, va emergiendo a la luz la clara conspiración que llevó al asesinato político del diputado opositor. Alrededor de este caos generado por el crimen emerge también la figura de un periodista indagativo, que hace más fotos de las convenientes y que, gracias a su sagaz labor, permite poner a disposición del juez de instrucción una serie de pruebas irrefutables. Cuando la justicia comienza a trabajar en libertad y a detener a los verdaderos responsables ese poder gubernamental supuestamente democrático dejará de disimular e impondrá la dictadura total y absoluta.

   Por tanto lo que construye Costa-Gavras en un frenético thriller político que se decanta claramente por la denuncia de las dictaduras militares de extrema derecha. No lo esconde ni trata de ser hipócrita: toda la narración, el guión, está centrado en una historia basada en hechos reales aunque trate de enmascararlo en un país imaginario. Costas denuncia su Grecia natal basándose en el asesinato del político griego Grigoris Lambrakis en 1963. La novela del escritor Vassilis Vassilikos sirve de base para el magnífico guión de Jorge Semprún ( que fuera ministro de cultura en los primeros gobiernos socialistas de Felipe González). Es una visión amarga y a la vez satírica, cómica de la dictadura militar griega, a la que denuncia implícitamente. La película tiene un prólogo y un epílogo que son escalofriantes. El prólogo es clarificador  ya que  los jerifaltes de esa dictadura no declarada se reunen en secreto con el objetivo de desacreditar y desactivar a la oposición izquierdista, tolerada pero reprimida. Allí deciden que hay que cortar por lo sano. El desarrollo de la historia es trepidante y escalofriante al mismo tiempo, vemos con que impunidad actúan los sicarios de la extrema derecha, tolerados por el poder. Tras el asesinato ante testigos, el gobierno trata de hacerlo pasar por un accidente, un simple atropello. Pero nosotros sabemos que no es así, que su cráneo ha sido reventado a propósito ante la mirada pasiva de la policía. Entonces aparce el fotógrafo mirón e irrespetuoso que todo lo registra ( vemos una crítica poco disimulada del periodismo sensacionalista)  y el juez instructor que decide por su cuenta y riesgo investigar la verdad a pesar de las advertencias del poder ejecutivo. El epílogo es sencillamente descorazonador y tremendamente realista o ¿es qué pesábamos que un poder omnímodo iba a permitir la detención y encarcelamiento de sus propios líderes?. Vemos el desenlace histórico: el golpe de estado de los coroneles, en 1967 que acaba con los restos de aquella corrupta democracia que no era tal. Mejor el original que la copia, podrían haber dicho los militares. 

  El trabajo de dirección no es tan importante, lo que cuenta es el documento histórico que narra, que sirve de denuncia. Gavras se centra más en este aspecto y descuida otros elementos formales del lenguaje cinematográfico, creando siempre en sus películas ambientes quasi documentalescos donde lo importante es el mesaje. No obstante hace uso de una variedad de recursos técnicos narrativos y técnicos, con contínuos saltos temporales, utilización de  planos cortos, generales y primeros planos, uso contínuo del  zoom logrando de esta manera centrar mucho más la atención del espectador en determinados momentos dramáticos o personajes individuales. Con todo ello logra aquí su trabajo más logrado, su obra icónica, que no ha enevejecido todo lo bien que debiera puesto que resulta demasiado pesada por momentos, un tanto lacónica y algo inverosímil aunque sabemos de antemano que estamos viendo algo basado en hechos verídicos.

  Los actores están magníficos. Se creen sus papeles y logran trasmitir su angustia y su lucha cotra la persecución implacable del poder autocrático logrando hacernos creíbles esos personajes entre los que destaca por encima de todo un dignísimo Yves Montand como Z, el pacifista político asesinado ante las obscenas y pasivas miradas de los servicios de seguridad y un excepcional Jean-Louis Trintignant en el papel del juez instructor que va evolucionando, primero aparece como dócil al servicio del poder y después lo vemos como digno acusador de la indecencia y corrupción de un régimen bastardo. Irene Papas, en el papel de Hélène, la esposa engañada de Z, realiza una pequeña aportación casi testimonial, sin diálogos, pero su sola presencia llena la pantalla, muda ante los sucesos que están aconteciendo a su alrededor. No son los únicos que rozan a gran nivel puesto que en general, incluso aquellos que interpretan a unos personajes mitad siniestros mitad ridículos, hacen un buen trabajo.

  Una buenísima banda sonora de Mikis Theodorakis pone el colofón a este auténtico documento histórico , a una joya necesaria como casi todas las obras del director greco-francés. La frase que aparece en los títulos de crédito, al principio, es del todo esclarecedora de ese cine comprometido de Costas: "Cualquier parecido con la realidad no es fruto del azar, es voluntario", todo un manifiesto de intenciones, de compromiso ante la verdad, ofenda a quien ofenda. No en vano ha sido un director maldito para un determinado sector de público y crítica poco adscrito a un cine político descarnado, sin concesiones al capitalismo duro.

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