domingo, 12 de enero de 2014

EL MILAGRO DE ANNA SULLIVAN (1962)



    Anna Sullivan es el espejo en el que deberíamos mirarnos todos aquellos que hemos pretendido y logrado dedicarnos a ser educadores. Porque ella, encargada de enderezar y sacar adelante a una niña sordociega absolutamente rebelde y maleducada por su familia, es un ejemplo de superación. En un orfanato desde pequeña y medio ciega, consigue labrarse una carrera como maestra. Y su gran reto vital llega cuando la contratan para educar a Helen Keller, una niña que a los pocos meses de nacer sufrió unas fiebres ( posiblemente una meningitis) quedando sorda y ciega para el resto de su vida.  Ella es tenaz, segura de que lo único que puede salvar de la total oscuridad a Hellen es el aprendizaje de unos modales que le acerquen a ser un auténtico ser humano, primero aprendiendo a controlar sus rabietas y, después logrando asimilar el alfabeto y la lengua con la que poder comunicarse. No en vano la película está basada en la historia real de sus personajes y  hay que decir que Hellen Keller fue la primera mujer discapacitada que logró graduarse en una universidad, llegando a escribir sus memorias.  Anna es una mujer valiente y convencida de lo que hace aunque es muy frágil. Anne Bancroft es Anna Sullivan, en una interpretación magistral, soberbia, merecedora de ese Óscar de la academia. Con sus gafas tintadas y sus lavados oculares, con su fuerza de voluntad ( porque motivos para tirar la toalla no le faltan), en una sociedad eminentemente machista y clasista (vemos la esclavitud en el sur de los Estados Unidos, mucho después del final de la Guerra de Secesión) logra hacerse con el control de su vida y, lo que es más importante, de la vida de esa niña que a fuerza de mimos y consentimientos había devenido en una especie de mascota para toda la familia.

    Desde el momento en que Anna llega a la mansión colonial en la que se encuentra con Helen saltan las chispas. La verdad es que es un duelo en toda regla, en ocasiones tremedamente angustioso y doloroso para el espectador, pero un duelo maravilloso y singular. Helen, interpretada por una magnífica Patty Duke, una niña que ganó el Óscar con esta interpretación en la que solo pronuncia una palabra en toda la película pero en la que realiza una brutal labor interpretativa que derrocha una tremenda energía, es un ser sin educación,con el alma ensombrecida por su propia familia, que en principio no la considera como digna de convertirse en un ser social pleno, planteándose en muchas ocasiones dejarla en una institución para retrasados mentales. Pero ella no es tonta, ni mucho menos. El problema es que no ha sido educada, pero gracias a su esfuerzo y la lucha de Anna Sullivan logrará mostrarse como lo que es, una chica inteligentísima y vivaz, que poco a poco llegará a las más altas cotas que la vida le dé ( aunque de esto ya no seamos testigos).

  El guión, firmado por Willian Gibson es muy bueno, basado en su propia obra de teatro, logra establecer, tanto mayoritariamente en los interiores como en los exteriores, momentos de gran dramatismo y dureza, de una fuerza vital extraordinaria. La fotografía, en blanco y negro, del cineasta cubano Ernesto Caparrós, es maravillosa. Logra un gran contraste entre los interiores donde se desarrolla la acción dramática ( lúgubres, ocuros, llenos de sombras y luces que se cuelan por las ventanas) y los exteriores muy luminosos, casi paradisíacos. La música de Rosental que escuchamos muy presente en todo el film es muy dramática, destacando esos momentos de enorme tensión, casi desgarradora.

   El director, Artur Penn, realiza aquí una de sus mejores obras. La cámara no para de moverse, buscando ángulos que acentúen el dramatismo, tanto en el exterior como en el interior de la casa y del cobertizo adonde Anne se lleva a Helen para vivir solas. Hay planos cenitales, americanos, medios, primeros planos, contrapicados que le dan gran dinamismo a la escena aunque lo que predomina son los planos generales de la habitación que le dan ese toque teatral a todo el conjunto.

   La película en conjunto es emocionante, sobre todo cuando Anne, redimiéndose de su complejo de culpa por la muerte de su hermano en el orfanato, saca lo mejor de sí misma y consigue convertir a una persona incivilizada, casi un pequeño salvaje de Truffaut, en un ser humano pleno y libre. Romper el aislamiento, la pequeña burbuja en la que un ser discapacitado jamás debe encerrarse. Una película que saca lo mejor de la condición humana, emocionante y tierna.

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