lunes, 30 de septiembre de 2013

CÉSAR DEBE MORIR (2012)

  Interesante película-documental en la que unos presos de la cárcel romana de Rebibbia dirigidos por el director teatral Fabio Cavalli interpretan el Julio César de Shakespeare. Se mezclarán de esta forma momentos de la vida cotidiana en la cárcel con los ensayos de la obra y su representación final. Llama la atención el gran trabajo interpretativo de los presos, muchos criminales condenados a cadena perpetua y componentes de la mafia calabresa.  Los directores nos quieren sugerir sutilmente y durante el metraje el obvio paralelismo entre la trágica historia del asesinato de Julio César, la venganza y los remordimientos, con la situación histórica de la  mafia y sus vendettas.

   La historia es pura y cristalina, es el Julio César de Shakespeare. Todos conocemos la historia, la verdadera e histórica y el drama de ficción shakesperiano, fundamentalmente la brillante adaptación al cine de  Mankiewicz. No son comparables ambos Julio César. Lo brillante en este caso es que partiendo de unos actores total y absolutamente amateurs y de su situación personal y particular, los directores Paolo y Vittorio Tavani (resucitados para el cine en esta obra) consiguen recrear el extraordinario drama con unas interpretaciones fabulosas de las que hablaremos después. Interpretaciones que lo son todo porque todo lo demás es suprefluo: el decorado son los pasillos y el frío hormigón armado de la cárcel, los siniestros barrotes  oxidados y el blanco y negro con el que nos sumergen en esa tensión a punto de desbordarse en ocasiones. Ese blanco y negro que aparece después de un prólogo de presentación en color nos remite claramente al clásico anteriormente citado y es uno de los grandes aciertos de esta película que termina nuevamente en la realidad a color que estos desgraciados vivien día a día.

   Es impresionante como se entremezclan momentos de tensión dramática propias de la historia de Julio César y su asesinato a manos de Bruto y Cassio con pausas en las que aparece el verdadero rostro de los protagonistas, sus miserias carcelarias, sus taras educativas, sus miserias personales. Aunque, en realidad, casi la totalidad de la película está compuesta por los ensayos y la labor que el grupo de los talleres teatrales de la cárcel dirige, esta casi pasa desapercibida y lo que vemos es la historia de César que, como bien sabemos, es la historia de Bruto y Cassio pero también de Marco Antonio y Octavio. Realidad y ficción se conjugan en una interesantísima puesta en escena.  Parece como si la intriga para asesinar a César se transmuta y obsesiona a los delincuentes protagonistas de la película, ese crimen contra Julio César parece que sea como la vida misma para ellos. 

  Las interpretaciones son merecedoras de admiración como decíamos, más tratándose de actores amateurs. Salvatore Striano es Bruto. Su papel refleja valor, fuerza, verdad y gran emoción. Otros protagonistas, presos en la vida real, son Giovanni Arcuri ( César ) y Cosimo Rega (Cassio) y su actuación está a un altísimo nivel: desde luego que el trabajo que con ellos se ha hecho es merecedor de los premios que la película recibió. Y estas interpretaciones de sí mismos, de asesinos mafiosos que tranquilamente pasan su tiempo perpétuo (en algunos casos) entre las tristes rejas de una prisión italiana y que por unos días son César, Bruto o Antonio son tan verídicas en manos de estos criminales que llega a enternecer y a admirar.

  Los directores llevan a cabo una excelente labor estilística, muy original, que consigue atrapar al espectador. Es todo tan frío (las personas, el escenario: ¿hay algo más frío que una prisión?) que estremece mucho más que cualquier representación teatral o cinematográfica al uso. Esa frialdad que dan las caras de unos asesinos y delincuentes comunes, sin maquillaje, sin trucos, solo la verdad, esa verdad que tan difícil es encontrar en el cine. Vista así, la película transmite una emotividad muy grande, nos abre nuevas perspectivas en nuestro cuadriculado pensamiento.  Los planos cenitales y longitudinales del interior de la prisión, los primeros planos desgarradores, la visión del grupo circulando por los pasillos amurallados de hormigón ofrece una expresividad inigualable. La naturalidad de todo el mundo que aparece en este documental estremece.

     Y  podemos así hablar del drama carcelario, de la negritud, de lo oscuro, que se trata de apaciguar, de sobrellevar gracias al teatro, una forma de expresión que es una válvula de escape a esa olla de grillados dentro de unos módulos de prisión de alta seguridad. La pasión con la que actúan los presos solo es posible en condiciones extremas de sufrimiento personal y colectivo: esa es la verdadera cara de la falta de libertad ganada a pulso. El taller de teatro se convierte en una auténtica pasión, no solo entretenimiento y nada más, una liberación que persigue su fin: la mejora de las condiciones mentales, sociales y humanas de lo inhumano. La diversión y el buen clima ( que a veces se rompe) favorecedor de esa dura vida a la que se han visto abocados como decíamos asesinos, camellos e integrantes de la cosa nostra. Todo eso vemos en este documento realista de la representación de un drama, un drama que nos transmite el documental cinematográfico que es teatro dentro del cine, verismo en estado puro a través de todo un clásico de William Shakespeare.

 

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