lunes, 16 de septiembre de 2013

FALSO CULPABLE (1956)


   Nunca resulta fácil hacer un comentario o una crítica de una película de Alfred Hitchcock porque la genialidad es difícil de enjuiciar y solemos caer en el error de sobrevalorar en exceso trabajos que vistos sin su etiqueta resultarían buenas películas sin más.  Hitchcock es un género cinematográfico en sí mismo y su sello es inconfundible.  Por eso es difícil enjuiciar una de sus películas menos conocidas, tan alejadas de las más populares, como Vértigo o Psicosis.  Y sin embargo, esta película, que lleva su sello, es también un notable ejercicio cinematográfico. Es todo un lujo y un placer disponer en el disco duro de la mayor parte de la filmografía del director británico y pasar un domingo por la tarde revisando esas películas que jamás habías visto y que estaban ahí, pendientes y preparadas para ser visionadas. Falso culpable es una de estas películas "menos" conocidas de Mr. Alfred y conviene detenerse un poco en ella. Para empezar hay que decir que el director aparece en persona, lejano, en una especie de claroscuro, advirtiendo que la película que íbamos a ver no era de sus típicas películas de suspense y que estaba basada en hechos reales. Parece como si quisiera advertirnos que esta película no es tan genial como otras que había realizado con anteriorida. Y, sin embargo, desde el principio de la narración vemos muchas de sus manías preferidas y que dan ese toque hitchockiano, inquietante a una película que podría haber sido contada más asépticamente, como un relato de un hecho verídico ( que lo es) sin mojarse para nada en disquisiciones que van a ir surgiéndonos conforme vayamos avanzando sobre ella.

     Hecha la presentación del barrigudo director nos adentramos en una historia de equívocos, de errores que parecen cometidos a propósito (aunque así no lo sea) y que dan un vuelco a las tranquilas vidas de los protagonistas, alteran para siempre su paz y su bienestar poniendo en peligro la estabilidad que tanto tiempo les había costado lograr. Pero antes de hablar del argumento hay que decir que la película aúna el más puro cine negro con el crimen y añade dosis importantes de misterio y drama. Y también se trata de uno de sus trabajos más pesimistas y sombríos del director británico. 
  

   La historia nos cuenta la vida de una sencilla familia neoyorquina, un padre cotrabajista de  jazz que trabaja en un elitista club por las noches, el Stroke Club y la madre una ama de casa normal y corriente enamorada de su esposo y que cuida de sus dos hijos que, por lo demás, pelean y discuten constantemente por los asuntos más triviales. Christoper Balestrero, apodado Manny y Rose, su esposa, son esa pareja feliz aunque con problemas económicos: como le sucede a cualquier familia de antes y de ahora, casi no tienen para llegar a fin de mes y si surge algún gasto imprevisto los problemas crecen. Pero ellos disponen de una póliza de seguros que les puden permitir rescatar unos cuantos dólares para ponder hacer frente al gasto superfluo: Rose debe extraerse sus cuatro muelas del juicio. Cuando Manny acude a reclamar su adelanto de la póliza comenzará su calvario personal y familiar. Una de las empleadas lo confunde con un atracador y es denunciado a la policía. Cuando llega por la noche del trabajo la policía le priva de su mayor satisfacción: entrar a casa, ver a los niños durmiendo y abrazar a su esposa cariñosamente. Es detenido y conducido a comisaría donde es interrogado, después de que varios comerciantes lo reconozcan como el atracador de sus negocios. Finalmente es conducido al calabozo y, más tarde, a primera instancia judicial donde le imponen una costosa fianza. Su familia alarmada conseguirá el dinero, él podrá salir a la calle a la espera del juicio intentando por lo divino y por lo humano encontrar alguna coartada creíble: ellos habían estado de vacaciones en uno de los atracos. Tratarán de encontrar a los turistas ocasionales que estuvieron con ellos ese día pero, tras largas indagaciones, todos parecen haber muerto. El abogado lo prepara para lo peor: una condena a prisión por atraco con violencia. En  medio de este infierno Rose perderá la cordura, pensando que nada hay que hacer y que ella es la culpable de todo. Acudirán al psiquiatra y ella tendrá que ser internada en un manicomio. 


El guión es de Maxwell Anderson y Angus MacPhail, que adaptan un relato del primero titulado "La verdadera historia de Christopher Emmanuel Balestrero". Un gran guión extraído de la realidad, en donde se ruedan parte de las escenas, en el lugar exacto que ocurrieron, como el Sanatorio Greemont o la Prisión de la ciudad. Nuevamente el maestro Alfred regresa a sus obsesiones: el falso culpable, la persona inocente que se ve inmersa en el drama y la penalidad de ser acusado sin tener ninguna responsabilidad en el delito. Ello genera una atmósfera de tensión y angustia que provoca en el espectador una gran inquietud, un temor y una pregunta: ¿esto me podría pasar a mí?. Y consigue transmitir la impresión de la impotencia y la irreversibilidad del daño inflingido por un error humano. Algo que puede sucederle a cualquiera, esa es la terrible realidad que nos aflige durante todo el metraje. Además, al rodar en escenarios verídicos dota de mayor realismo a las escenas, dando normalidad a todas las situaciones, ya sean judiciales o familiares.

 
En este punto cabe reseñar a la pareja protagonista. Por un lado Henry Fonda ( Manny) y por el otro Vera Miles ( Rose). Él está sobrio y elegante dentro de su desgracia, fantástico y ella es la rubia que siempre buscaba Hitchcock, que estaba obsesionada con ellas. No actua mal, pero no destaca excesivamente a pesar del dramatismo que ofrece su papel.La fotografía es extraordinaria, juega con la luz tenue y oscura de la noche neoyorquina, sabe atrapar bajo las espesas brumas del Hudson esas siluetas de los imponentes puentes de acero. Y, además, capta fenomenalmente los interiores, comisaría, celdas, juzgado, casa y los exteriores, cuando, las escasas veces que salen de día, visitan algo así como los Hamptons, los  lugares ajardinados más lejanos de la bulliciosa ciudad, esos lugares de veraneo y descanso. 

La música la pone un colaborador fiel y genial de muchas de las películas de Hitchcock, con un extraordinario vals inicial. Me refiero al maravilloso Bernad Herrmann. Un inquietante film del inquietante Hitchcock del que lo peor que se puede decir es que es una de sus obras menos conocidas, quizás esperamos más intriga, más suspense del que finalmente nos ofrece. El final nos resulta algo convencional igualmente. Pero la convencionalidad de las historias hitchcockianas resulta sublime, como casi todo en él. Nos queda en el recuerdo, aunque sea un personaje fictíceso, ese Josef K. de Kafka, de El proceso, de Orson Welles, personaje que se ve inmerso en una burocracia maligna que lo acusa de algo que nadie sabe de que se trata. Algo así es este estupendo Henry Fonda, un personaje incomprendido y vilipendiado por la administración y por el error de unas personas que no tuvieron su mejor día.









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