Técnicamente muy bien rodada, con una fotografía en color de Henri Decae, icono de la Nouvelle Vague, plena de colores pálidos y sugerentes, narra una historia medio realidad medio ficción con la enigmática y perturbadora figura del doctor Joseph Mengele, el "ángel de la muerte" de Auschwitz como centro de toda una trama de suspense muy a lo Le Carré. Mengele fue el sádico médico que torturó y realizó experimentos aberrantes con los prisioneros gitanos y judíos. Particularmente repugnantes fueron sus experimentos con niños como la inyección de tinta de color en las pupilas para cambiar su aspecto o su crueldad con los recién nacidos dejándolos morir de inanición. Es sabido que después de la guerra consiguió escapar viviendo plácidamente en sudamérica donde murió ya mayor en las costas de Brasil. Hasta aquí parte de la historia oficial de Mengele.
La película se centra, sin embargo, en la etapa en la que vivió en Paraguay y nos cuenta una historia basada en la novela de Ira Levin que teniendo dosis de ficción notables se basa en muchos hechos comprobados sobre la vida del despreciable criminal nazi. La narración de la historia nos sumerge en la tenebrosa planificación por parte de Mengele y un grupo de jerarcas nazis que escaparon de los juicios de Nurember de un macabro plan con el objetivo de poner en pie un IV Reich. Utilizando a la organización ( sabemos que ODESSA tuvo mucho que ver en la huída y cambio de identidad en América latina de los criminales nazis) ordenará el asesinato de más de 90 personas. Estos viven en diversas partes del planeta y son sencillos padres de familia, gente humilde y sin ninguna aspiración política pero guardan una semejanza que el propio guión y el desenlace de la película se encargarán de desvelarnos. Por lo pronto tenemos también a Liebermann, el cazanazis, implicado en desbaratar lo que aparentemente no tiene sentido alguno. Pronto descubrirá el horrible secreto y tratará de impedirlo a pesar de su avanzada vejez y estado de salud.
El guión construye una trama de intriga convenientemente sazonada de cine histórico que comienza con el descubrimiento de ese plan diabólico que no acabamos de comprender. Un joven activista antinazi descubre una reunión secreta de Mengele con un grupo de asesinos nazis en Asunción y pronto da cuenta de ella a Elza Lieberman director de la agencia de cazadores de nazis. En principio no hace mucho caso al joven, le recomienda que se aleje del peligro pero este no hace caso, se juega la vida y la pierde pero obtiene una grabación de la reunión que Lieberman escucha parcialmente dándose cuenta de la gravedad del asunto. Pronto el anciano moviliza a su organización para que investigue el asunto. Ahí comienza la intrincada historia de misterio donde Lieberman viajará siguiendo las pistas que recaba tras los primeros asesinatos de la organización de Mengele. Hay que señalar que la historia es tan rocambolesca que resulta un tanto surrealista. Pero para el que guste de historias de espionaje sazonado con altas dosis de nazismo será un bálsamo.
Una de las virtudes de la película, al margen de lo poco creíble de la historia, son las interpretaciones, en especial el gran Laurence Olivier que, aunque muy avejentado ya, en una de sus últimas apariciones en el celuloido, no deja de sorprender por su calidad interpretativa. Está creíble y llevando él, a sus doloridas espaldas, el peso de toda la película. James Mason, otro crack de la interpretación está bien solo que aparece en escasas ocasiones, como jefazo nazi, para parar los pies al desmesurado y lunático Mengele. Este último está interpretado por Gregory Peck, un actor ambiguo, que solo ha ejecutado unas cuantas interpretaciones destacables en toda su carrera. En esta ocasión realiza un Mengele verdaderamente desmesurado y brutal. No es creíble, por mucho que se esfuerce, está demasiado histriónico, está tan exagerado que resulta hasta cómico. Este es el trío de grandes pesos pesados con el que cuenta el film.


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