lunes, 7 de octubre de 2013

AUSENCIA DE MALICIA (1981)

  Interesante película de Sydney Pollack sobre el mundo de la prensa y las consecuencias del sensacionalismo a través de un caso muy concreto relacionado con el asesinato de un líder sindicalista y las posibles relaciones con el hampa. En realidad la cuestión que se dilucida en esta película es hasta que punto un periodista debe publicar unas informaciones que no ha contrastado previamente. Esta actitud irresponsable puede originar graves inconvenientes si la información resulta ser falsa o no completamente verdadera. En este caso el asunto es muy delicado y el hijo de un jefe del hampa se ve salpicado por unas informaciones publicadas por una periodista que busca notoriedad, que quiere ascender. Ella es Megan (Sally Field), la periodista que cree que todo es lícito y que si existe la más mínima posibilidad de que las informaciones que ha recibido sean verídicas no hay inconveniente en publicarlas.  Su irresponsabilidad va a salpicar a Gallagher (Paul Newman), el hijo del gángster dedicado a un negocio de importación de licores. Este se verá envuelto en una compleja trama policial y judicial de la que le resultará muy difícil salir airoso. Por si fuera poco sus obreros harán caso a los sindicalistas y dejarán de trabajar, poniendo a su empresa al borde de la desaparición. Entonces Gallagher contactará con Megan, tratando de engatusarla y tejiendo un elaborado plan para hundir su carrera y salir indemne del envite.

   Lo más destacado es esa reflexión sobre el poder de la prensa y sus consecuencias de todo tipo para las personas que teóricamente han sido difamadas. Así, Pollack teje un elaborado drama que acierta en poner de relieve esas consecuencias, nunca positivas, dramáticas en ocasiones.  Además se añade la trama policíaca y  otras como la comedia o los juicios lo que ofrece una interesante combinación. El guión está lleno de interesantes diálogos y de un duelo interpretativo entre el mediano empresario y la periodista que asciende paulatinamente en tensión ( incluída la sexual, algo prescindible y metido con calzador).  La gran virtud del guión es el dibujo de los personajes, su introspección psicológica en su relación dramática aunque en el fondo es un tanto convencional. Su mayor defecto es que el guión trata de construir un entretejido thriller de mafiosos que no acaba de arrancar, es un quiero y no puedo. El espectador se queda con ganas de más, de que el argumento siga por ese camino y finalmente se va desinflando. Sigue una línea argumental de esas consecuencias y la venganza de Gallagher, el hijo del mafioso que desbarata a la ambiciosa periodista que no se detiene en remilgos morales a la hora de extraer toda la información lo más llamativa posible sin importarle las consecuencias terribles que pueden conducir a un verdadero callejón sin salida para personas vulnerables.

  Las interpretaciones son duales: una Sally Field que resulta más bien plana, poco creíble en su papel de periodista todoterreno, agresiva. Newman está bien, mejorando como el buen vino, en su línea, en un papel duro del que sale muy airoso. Como pareja protagonista carecen de empatía, no hay química entre ellos ni siquiera en las escenas sexuales. Melinda Dillon (Teresa) también merece mención aparte en un papel lleno de dramatismo y complejidad psicológica.

 
 Quizás el mayor problema de esta película sea que no ha envejecido bien. Sucede en ocasiones con películas que en su día destacaron y que guardando lecciones interesantes las vemos como pasadas de rosca, vetustas en definitiva y presentan un aspecto como de telefilm cutre. El aspecto que el director da a la película seguramente sea buscado pero visto hoy día parece pobre: esos edificios de apartamentos suburbiales, los coches y ese barco de Gallagher es lo que da ese aspecto un tanto acartonado. 

Los decorados no ayudan mucho a remontar esta situación, la redacción del periódico resulta gris y fría, casi desangelada, demasiado ochentera. Sin embargo el mensaje que pretende transmitir la película está en plena vigencia hoy en día, con una prensa cada día más amarilla y que pasa por encima en ocasiones del honor de las personas, atreviéndose a publicar sensacionalistas descubrimientos que después no pueden ser comprobados. El personaje del periodista trepa, que busca ascender sin pensar muy bien en el daño que pueda hacer a otras personas, por muy públicas que estas sean. Todo eso sigue en boga, Pollack lo retrata muy bien a pesar del envejecimiento visual y estético del metraje.  Es posible que esta película dentro de la filmografía del director norteamericano pase un tanto desapercibida pero la historia tiene fuerza a pesar de sus taras, merece la pena revisarla más en estos tiempos de desgracia para el periodismo. Recomendable para cualquiera que quiera ser periodista o quiera desentrañar los defectos de esa noble profesión y para cualquiera que quiera ver a Newman creciendo como actor, en una carrera imparable hasta sus últimos días. Lo demás es accesorio.

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