viernes, 18 de octubre de 2013

CRIMEN PERFECTO (1954)

    Genial cine de crímenes y suspese de Hitchckok, una de las mejores películas de su filmografía. En un espacio reducido a un salón comedor de un bello hogar londinense de aspecto victoriano se desarrolla esta enrevesada trama en la que un marido agraviado por los cuernos de la mujer con un amigo escritor y sabedor de su jugosa herencia planea una sofisticada forma de quitarsela de enmedio sin despertar ninguna sospecha. El crimen perfecto. Todo está calculado al milímetro. Tan solo necesita la colaboración de un delincuente común al que convenientemente chantajea para que realice el trabajo por él. El asesino material deberá ejecutar su macabra misión tras una conveniente llamada por teléfono del marido que permitirá que su esposa salga de la cama y coja el teléfono. Entonces el vil criminal estrangulará a la bella pero infiel esposa. Y aquí paz y después gloria piensa Tony Wendice (Ray Milland), el marido. Pero resulta que la bella damisela se revuelve, se estira y agarra unas potentes tijeras que fulminan al criminal. Entonces comienzan a surgir las complicaciones y el crimen perfecto se empieza a desmoronar. No obstante Tony muy habilmente trata de reconducir el caso. Y consigue que su mujer sea declarada culpable de homicidio aunque todo dará un giro inesperado que amenazará con dar al traste todo su diabólico plan.

   Es puro cine de suspense Hitchckokiano. Es un chute en vena que siempre resulta deslumbrante, inteligente, atrevido, impetuoso. No me canso de verlo. En realidad hay que decir que es la traslación de una obra de teatro al séptimo arte. Todo el thriller se circunscribe a las cuatro paredes de la casa. Ello consigue generar mayor sentimiento de claustrofobia, algo que el maestro siempre buscaba. Quizás no alcanza a La soga, otra de su obras fundementales que, como esta, encontrará en el escenario del crimen la solución al mismo. Destaca sobre todo el papel de Ray Milland, ese Tony Wendice endiabladamente inteligente que sabe improvisar sobre la marcha cuando los acontecimientos se tuercen con una soltura deslumbrante. Es casi un genio del asesinato, hasta sabe mal que no consiga su objetivo por su maldad congénita, casi diabólica. Porque finalmente la inteligencia y perspicacia de un anciano detective encontrará, en el momento límite, cuando todo parece indicar que Tony conseguirá que su plan sea perfecto, la clave de bóveda, la llave que resuelve todo el entuerto. Es curioso como Hitchock utiliza precisamente ese elemento para resolver el enigma.


   El guión es brillante porque la trama está perfectamente elaborada, meticulosamente engrasada,  cuidando cada detalle para que todo encaje a la perfección. En cada secuencia introduce la tensión necesaria con vuelcos argumentales contínuos que nos sorprenden cada vez más ofreciéndonos las dosis necesarias para no parpadear apenas, para dejarnos exhaustos con un final muy imaginativo, imprevisible y brillante. Hitchock se ríe de nosotros, juega con nuestras emociones gracias al genial dominio de los tiempos, de los momentos narrativos.

   Los actores están francamente brillantes, sobre todo un magnífico Ray Milland, soberbio, arrebatador. Los gestos, las facciones parecen perfectamente esculpidas para reflejar las emociones, el odio hacia el escritor que le ha robado a su mujer, la hipocresía, el aguante ante situaciones casi desesperadas. Es de esas interpretaciones en las que el villano consigue transmutarse en héroe sublime, perfecto, resultandonos tremendamente simpático aunque sepamos de la vileza de su crimen. Grace Kelly interpreta a Margot, una bella y dulce  mujer atrapada por su deseo hacia otro hombre.  Como siempre está correcta, no sobresaliente pero es la Kelly, siempre arrebatadoramente bella y elegante.  Robert Cummings es el escritor y amante Mark Halliday resolviendo con brillantez su papel de comparsa en la trama principal, un papel ambiguo que parece rozar con su mente la solución del asunto. Y magnífico el papel de John Williams como el inspector Hubbard, ese venerable anciano, tranquilo y sagaz que conseguirá con su flema británica cautivar al espectador, un papel escueto pero magníficamente interpretado. 

  En cuanto a la realización destacaremos aspectos habituales en el cine del autor británico: un cuidadoso uso del travelling, unas secuencias donde la cámara está quieta, inmovil, cual documentalista que se limita a filmar lo que esos animales de la interpretación se aprestan a llevar a cabo. Y ese voyer que mira desde un punto subjetivo, particular, ofreciéndonos su propia visión de los hechos desde diversos puntos de la habitación con planos a veces imposibles que propician una enorme expresividad y tensión emocional. ¿Dónde esta Hitchcock?, deberán adivinarlo, pero estar está, como en todas sus películas, en un cameo casi inapreciable.  Como curiosidad destacar que fue rodada con la cámara de visión natural de Gunzberg que permitía su proyección en tres dimensiones.

  Otra obra maestra del maestro, quizás no entre el grupo colosal que forman cintas como Psicosis o Vértigo pero fundamental en su filmografría. Una nueva reflexión sobre el crimen perfecto, sobre su materalización e imposibilidad porque el crimen perfecto no existe, solo sucede que, en ocasiones,no aparece la persona precisa para dar con el enigma.

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