domingo, 29 de diciembre de 2013

CASANOVA (1976)

   Excesiva, irreverente,trasgresora, informal....muchos epítetos se pueden añadir después de ver este Casanova de Fellinni. Desde luego, es Fellini en estado puro. Y aunque sigue, con saltos temporales evidentes, los diarios del aventurero, escritor y matemático italiano, no evita escenas escabrosas, surrealistas, inconcebibles, oníricas y hasta circenses. Desde el principio hasta el fin. No da tregua pero, irremediablemente se va perdiendo el interés, se va debilitando la historia por su excesivo metraje y surge un cierto cansancio en el espectador.


  Desde luego y siendo Fellini, multitud de imágenes evocadoras y sorprendentes salpican el metraje. Y no solo las escenas sexuales, inherentes a la legendaria virilidad atribuida al veneciano, a su voracidad y procacidad. Desde el principio hasta el fin apreciamos un extraodinario despliegue de recursos técnicos y estilísticos. Desde el vestuario y maquillaje ( ganadores del Oscar) a la escenografía, plena de objetos, escenas y espacios de gran realismo y, a la vez, casi oníricos pasando por elementos simbólicos, como el pequeño ingenio mecánico en forma de pájaro de acero que hace poner en marcha con su tintineo cuando se dispone a desplegar toda su pléyade de recursos amatorios.

    El guión de Bernardino Zapponi trata de seguir los diarios donde Casanova cuenta sus recuerdos, desde que anciano, en el castillo del Dux de Bohemia y como bibliotecario del mismo, evoca sus historias, muchas rocambolescas y trastabilladas. Sus amores imposibles, sus problemas con la inquisición o su intento de suicidio son narrados con la habilidad innata de Fellini, alocadamente, con multitud de sobresaltos y, en ocasiones, sinsentidos. La película retrata con una total falta de piedad a la alta sociedad dieciochesca, a su ponzoñosa inmoralidad, vergonzante y asquerosa.

    Pero lo mejor es dejarse llevar por el discurso felliniano y pasar las más de dos horas de la película grabando en nuestra retina todo lo que el maestro italiano nos quiere contar: el recorrido de Giacomo por casi todas las naciones europeas, sus coqueteos con la ilustración francesa, sus aberrantes duelos sexuales, en fin, su amor hacia una autómata. Todo puro exceso, puro Fellini.

 
Donald Sutherland realiza aquí uno de sus mejores trabajos, impresionantemente caracterizado como un adulto Casanova, con la estética propia de la época, el pelo naciente a mitad de cráneo, largo y despeinado, las pelucas dieciochescas. Impresiona todo su esfuerzo, su lucha constante contra los convencionalismos y, en definitiva, su búsqueda incansable del amor verdadero. Lejos de frivolizar su figura Fellini la humaniza, la trae al mundo de los mortales, con sus defectos (inmensos) y sus virtudes.

  La banda sonora, otra vez firmada por el genial Nino Rotta es ligera y liviana, como los amores del humanista que, en definitiva fue Giacomo Casanova.Y un halo de tristeza también refleja la cinta, la decadencia de un hombre que se creía por encima de todo y de todos en una sociedad también decadente. Un ser que estuvo solo toda su vida, falto de cariño y amor verdaderos, además del ocasional del que abusó y presumió. En definitiva una película que se hace demasiado larga pero que divierte durante largo rato, además de impresionar por su espectacular derroche de recursos visuales. Puro exceso, puro Fellini.
 
-Ficha técnica:

jueves, 26 de diciembre de 2013

PORTERO DE NOCHE (1974)

   Este portero de noche es un drama con connotaciones sexuales y eróticas, centradas en el sadomasoquismo vinculado al terror nazi.   La acción erótico-dramática sucede en un hotel de Viena, en 1957. Un ex-oficial nazi, torturador sadomasoquista que se hacía pasar por médico para violar y después asesinar a mujeres judías, ha cambiado de identidad para huir de la justicia emanada de Nüremberg y, con ayuda de un grupo organizado de antiguos seguidores del partido de Hitler, ha conseguido un empleo en un hotel vienés, el hotel Oper. Pero todo cambia cuando al hotel llega un matrimonio formado por un prestigioso director de orquesta y su esposa judía. Maximilian ( Dirk Bogarde) reconoce a Lucía (Charlotte Rampling) y ella a él. Ambos quedan impactados, sobre todo ella que es la que sufría las violaciones y vejaciones en el campo de concentración. Pero hay que tener en cuenta que ella sobrevivió porque él quiso, porque enamorado de ella, la protegió, de los demás y de él mismo. 

  La organización tiene como objetivo eliminar pruebas y testigos que pudieran haber escapado de los campos del horror para evitar así inconvenientes muy molestos. Maximilian, no obstante, no dice nada porque quiere rememorar aquella posesión sexual de la que disfrutó en el campo de concentración.  La crueldad del verdugo reconvertida en una bella y despiadada pasión. Vemos a través de flashbacks cómo este torturador grababa a sus víctimas, famélicas mujeres judías que posteriormente serían gaseadas para no dejar huella de sus horrores. Sin embargo este caso es diferente. Lucía, después de ser humillada y vejada por Max, acaba sintiendo una fuerte atracción sexual por él. Quizás pueda tratarse de una especie de síndrome de estocolmo, un caso digno de la psiquiatría.


  La cuestión es que, en principio, su encuentro supone un duro golpe para Lucy, queda en estado de shock porque regresan a su memoria todos aquellos horrores, todo aquel sadismo que ya creía haber olvidado en algún cajón remoto de su psique. Quiere abandonar el hotel pero su marido se opone, el concierto es esa misma noche. Ella se verá perseguida por Max. Finalmente el director de orquesta marchará dejándola en el hotel a merced del depredador nazi que la volverá a hacer suya. Pero, sorprendentemente, ella se deja poseer, es sumisa e incluso acepta marcharse a vivir a su apartamento. Las autoridades denunciarán su desaparición y pronto la organización que proteje a los ex-criminales se dará cuenta de que Max, al que están ayudando, tiene a una testigo clave en su poder. 

  En el apartamento revivirán sus macabras escenas sexuales, gracias a los saltos temporales. Ella se entrega definitivamente a su captor, ambos se aman profundamente pero acabarán cercados, obligados a salir de su guaridad por agotamiento, serán literalmente asediados viéndose obligados a subsistir en condiciones infrahumanas, muriéndose de  hambre. Se produce aquí la paradoja de que Max, el torturador vive junto a Lucy algo que ella ya conocía bien: la inanición, la desesperación que los mata de hambre. Casi famélicos deberán dar su brazo a torcer.

   En su momento se consideró una película de culto y hasta supuso un escándalo enorme, hoy en día ha envejecido bastante mal y resulta banstante descabellada. La historia al margen de ser poco creíble está mal contada, no se entiende muy bien la historia de esa organización que, en ocasiones, lejos de dar miedo, da risa. Ese personaje con el monóculo incrustado en el ojo, el bailarín de ballet clásico que solo actúa para Max, etc.

  La directora Liliana Cavani es valiente al tratar el tema de la relación entre víctimas y verdugos y de como la crueldad se puede tornar en una bella y desenfrenada pasión. Y estilísticamente la película está muy bien rodada, con una fotografía cuidada, representando muy bien ese invierno vienés, esa luz tamizada por las nubes, barrunto del drama que se apresta a suceder. Pero poco más, porque la relación sadomasoquista, la atracción-odio de la protagonista no resultan muy convincentes, más bien suena a descabellado.  Y si bien es cierto que la obra consigue atraer nuestro interés en un principio, poco a poco se diluye como un azucarillo y se muestra pesada, absurda y sin sentido.

   Quizás lo mejor sea la interpretación de Charlotte Rampling, bella y majestuosa a pesar de su extremada delgadez y de un siempre correcto y serio Dirk Bogarde, sobrio a la par que elegante y desaforado cuando la pasión sexual así lo requiere. Su mirada refleja muy bien el terror de una psicopatía latente y una pasión desenfrenada.  La música de Danielle Paris también merece elogios, pues sostiene el drama que se está desarrollando, es dulce y tenebrosa a la vez y armoniosa y decida en determinados momentos, generando la tensión propicia para cada escena.

Tenemos pues una película que ha envejecido mal, con demasiados clichés, de la que se podía esperar bastante más ya que es incómoda, dura, pero al mismo tiempo mantiene en alto su hipnótica capacidad para contar una historia de amor de gran intensidad con un final profundamente romántico.
 
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miércoles, 25 de diciembre de 2013

UNA JORNADA PARTICULAR ( 1977)

 
  Película de sentimientos, de amarguras y de desasosiegos, de dos personajes al límite, en una sociedad eminentemente machista y homófoba, la sociedad italiana de los años 30. Toda la acción dramática sucede durante una jornada, un día, en el que llega a Roma el Fürher Adolf Hitler. Es el 6 de Mayo de 1938, declarado día de fiesta nacional. Mussolinni recibe al dictador alemán y todos tienen el deber, como buenos soldados italianos, de acompañar al visitante ilustre por las calles de la ciudad eterna.  Sin embargo no todos acuden a la fiesta. En un bloque de viviendas de clase acomodada Antonietta ( Sophia Loren) es esclava de su marido y su familia. Para ella nunca es festivo, siempre es día de trabajo. Debe, como buena madre y esposa, hacer sus tareas del hogar, limpiar, hacer las camas, cocinar, tender la ropa y un sinfín de tareas más. Obviamente su marido es un asqueroso fascista con todos los calificativos más negativos que se nos ocurran: es machista hasta el extremo, militarista y muy pero que muy fascista. Antonietta también lo es, todos lo son. En una sociedad totalitaria ni siquiera nadie se plantea que algo esté mal, que el líder supremo se pueda equivocar. Y ella es también machista y conformista con su propia situación aunque, en el fondo, le gustaría cambiar, sentirse querida y respetada por su marido y sus hijos.


    Esa mañana, cuando el edificio se queda casi vacío, solo con la presencia de una anciana portera, también extremadamente fascista y cruel, Antonietta pierde por la ventana la mascota de su marido, un pequeño pájaro negruzco que acaba posándose en la ventana de enfrente. Casualmente en esa ventana, en esa vivienda, otra persona no ha ido al desfile ese día. Tiene trabajo que adelantar y, además, ha sido represaliado por no comulgar con ruedas de molino. Gabriele ( Marcello Mastroiani) teme que la policía llame a su puerta en cualquier momento entre otras cosas porque es antifascista pero también porque es diferente a los demás. Su idea es acabar con todo, quitarse de en medio y dejar de molestar y sufrir. Y sin embargo Antonietta llama a su puerta en el momento preciso, intentando agarrar al pajaro que está posado cerca su ventana.


   Entre ellos se establecerá una fuerte relación afectiva en la que de manera pausada y lenta irán abriendo sus corazones solitarios y convirtiéndose en cómplices de esa soledad, de ese desprecio que los demás sienten por ellos. Ella descubrirá que puede ser algo más que un simple pedazo de carne que trae al mundo niños, que vale mucho porque Gabriele con su fina ironía le va destrozando sus arcaicas estructuras mentales, su forma de pensar uniforme, de servicio a la patria. Él descubrirá que puede ser amado, que no está solo y que es todavía un hombre atractivo. Un conjunto de equívocos llevará a Antonietta a creer que Gabriele puede ser lo que no puede ser: un amante fiel, un hombre que la ame, con el que pueda establecer una relación. Habrá momentos de gran tensión, incluída la sexual, donde él, sin revelar todavía su identidad sexual, se ve obligado a amar a Antonietta, ya deshinibida de todas las taras mentales con las que habitaba.


   Hay escenas prodigiosas de enorme tensión entre dos personajes que hacen quizás una de sus mejores interpretaciones de sus respectivas carreras cinematográficas. Es un verdadero duelo interpretativo, un diálogo tremendo, en un escenario teatral, puesto que no se ven exteriores. Sin embargo el fascio, el nazismo, está presente en todo momento.  El espectador se pasa toda la película escuchando marchas militares y la narración, en tiempo real, del homenaje de Italia a Hitler. En ocasiones es tan atronador el sonido y las voces exaltadas de los locutores que parece que los dos personajes estén en la mismísima Piazza Venecia, delante de la tumba al soldado desconocido, donde los dictadores italiano y alemán depositan su ofrenda. Scola consigue mediante este recurso narrativo hacer opresiva la película, envolviendo la escena, haciéndola casi insoportable.Y sin embargo están solos, con el solo incordio de la desagradable portera, que está ojo avizor, como metáfora de la vigilancia parapolicial a que el estado totalitario somete a todo un pueblo.

    Destacar ese momento interminable en el que Antonietta sube a tender la ropa con ayuda de Gabriele, una persona destrozada e insumisa junto a otra todavía con grandes prejuicios morales pero que acaba sucumbiendo a la inteligencia y madurez del hombre libre. Las sábanas al viento simbolizan la libertad que ambos ansían y que jamás podrán tener. Y, como no, la dura escena sexual en la que el hombre debe demostrar su masculinidad, a pesar de sus tendencias sexuales.


   Una película sencilla que Ettore Scola consigue hacer muy grande con su genialidad cinematográfica, en especial para crear esas atmósferas tan especiales en interiores. La fotografía de Pasqualino de Santis refleja esos tonos apagados, en especial los opacos esteriores, como queriendo representar lo obsceno, lo terrible de aquel día y aquellas fechas. Además cuenta con la ayuda de dos portentos interpretativos que, curiosamente, hacen lo contrario de lo que estamos habituados a verles: Mastroianni, el galán y conquistador, es un triste hombre reprimido y homosexual. Loren, la modelo de modelos, la mujer exhuberante es aquí una adocenada y descuidada ama de casa, despeinada y nada atractiva. Una lección de lo que debe ser un gran actor. Mastroiani acabó nominado al Óscar de la academia, así como la película.


   Un auténtico homeje a la libertad,  que tan bien representa Scola con esas ventanas, esas miradas de ambos, casi espías, ese amor desatado, quizás el primero de toda su vida para el ama de casa. Y después, el drama de Gabriele, su marcado final, casi teatral, que no deja mucho espacio para la esperanza. Finalmente acabará el desfile, el edificio se llenará otra vez y su familia volverá a situarla en donde le corresponde en una socidad retrógrada y arcaica. Una terrible crítica de Scola a su propio país, una apertura en carne viva de lo peor de su nación de un director caracterizado por la su valetía.

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lunes, 23 de diciembre de 2013

THE EAST (2013)



     The East  es de esas películas que, en apariencia, no parecen aportar nada nuevo pero que en el fondo dejan un mensaje que, no por repetido, deja de ser actual y, sobre todo, necesario. Una nueva vuelta de tuerca al cine ecologista de denuncia social, en esta ocasión centrada en los atentados de una banda terrorista conocida como el título de la cinta, que trata de lanzar a la opinión pública una serie de golpes muy sonados, con el objetivo de despertarla de su letargo, de sacudir con fuerza las conciencias difuminadas por el consumismo y la publicidad en nuestra acomodado estilo de vida occiental. Asuntos como la manipulación de los medicamentos y los grandes beneficios de las farmaceúticas salen a relucir en este sorprendente ejercicio cinematográfico, interesante por la tesis que presenta casi más que por el contenido formal al que nos invita a participar.

  Sarah Moss ( Brit Marling) es una competente agente de contraespionaje que ahora trabaja para una compañía de seguridad. Esta empresa recibe encargos de grandes empresas, algunas multinacionales, que se están viendo atacadas y desprestigiadas por la labor clandestina de The East. Ella deberá contactar con ellos y mediante su habilidad profesional, adentrarse en la organización y desenmascararla, destruirla, sabotearla desde dentro. Esa es su misión. Sin embargo, cuando se encuentre dentro del cogollo de la banda, junto a sus líderes, quedará fuertemente impresionada por su ideología, por sus intenciones y, sobre todo, por su líder, un misterioso joven que también sentirá una fuerte atracción sexual ( como no) por ella.

 Quizás lo más interesante de la cinta no sea la acción ecoterrorista en sí, espectacular en ocasiones, ni tampoco el mensaje de crítica social que hace a las grandes empresas que contaminan impunemente, conscientemente, destrozando poco a poco nuestro ecosistema. Seguramente lo más destacable de la película es la idea que queda flotando cuando se dilucida varios dilemas morales de gran trascendencia. La disyuntiva entre defender la legalidad, la que representan esas empresas criminales que revientan conscientemente el delicado equilibrio ecológico o las vidas de las personas a las que utiliza como cobayas para su rápido enriquicimiento o apoyar firmemente la radicalidad, el por aquí no paso y rebelarse contra el sistema, contra esa legalidad. Y, a continuación, la duda terrible entre apoyar la violencia, el pasar por encima de lo que haga falta para hacer valer tu ideología, por muy justificadas que estén sus razones o rechazarla enérgicamente, debate muy en boga en la actualidad, debate siempre pertinente. 

   La  cinta penetra en ese submundo un tanto oscuro, casi religioso y extremadamente peligroso, un mundo en el que se entra con  facilidad pero del que resulta muy complicado salir. Como aspecto negativo, esperamos más de un grupo de personas que se están jugando la vida por sus ideales, sobre todo no es muy creíble esa especie de comuna hippie convencional, todos los personajes estereotipados, que se reúne en torno al fuego en casa del líder ( aunque la casa esté destartalada). A pesar de ello, de esos revolucionarios un tanto chicks y apacibles, tenemos muchos ingredientes inquitantes y vemos con asombro como cualquiera puede convertirse en un revolucionario, un individuo que puede hacer remover los cimientos del sistema. Quizás por todo ello el guión no resulta del todo convincente, ciertos diálogos son un tanto absurdos por momentos, apectos claves no quedan bien explicados, solo mal sugeridos. El final puede también parecer demasiado previsible si bien es de agradecer que, al menos, la coherencia y los principios de los protagonistas venzan al romance sentimentaloide.


  El plantel artístico está correcto, tanto la protagonista principal, en su doble papel de espía-terrorista, la ya citada Brit Marling, en el papel de la metódica pero débil Sarah Moss, como los otros protagonistas esenciales, Alexander Skarsgard, en el  papel de Benji, ese líder casi mesiánco y firme de la banda o  la pequeña Ellen Page como la débil y fuerte al mismo tiempo Izzy. Destacable por su presencia rotunda el breve papel de Patricia Clarkson como Sharon, la jefa de la empresa de espionaje, firme, tenaz e implacable en la defensa de sus clientes. La banda sonora es de lo mejorcito de la cinta. Halli Cauthery, en especial con ese piano inquietante, consigue transmitirnos ese desasosiego  presente a lo largo y ancho de la historia. La fotografía oscura, matizada, llena de momentos de cielos nubosos y grises reincide en lo ya dicho para la música: lo tenebroso, lo inseguro, lo inquietante. 



  En definitiva, diríamos que es una película irregular, que podía haber dado mucho más de sí, dibujando unos personajes en exceso inestables y exaltados, una imagen en exceso convencional y estereotipada pero que en definitiva permite abrir de  nuevo el debate, un debate nunca cerrado. Ecologismo versus degradación del medio y, lo más importante, violencia versus legalidad. O quizás debiéramos decir violencia versus violencia, justificando así el uso de la fuerza como forma de lucha contra lo presuntamente legal o, mejor dicho, lo legal legalizado gracias a la presión del capital.
 
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lunes, 16 de diciembre de 2013

DRIVE (2011)



 
   Fantástica película que destila puro noir. Violencia y romance exacerbados, crueles en ocasiones. Muchos recuerdos del buen thriller trepidante y trepidado, de los que no dan tregua al espectador, del cine que aborda el tema de la mafia y sus ramificaciones y que no está exento de una conveniente historia de amor. Es puro cine policíaco de los 80, Tarantino, al menos el de Reservoir Dogs y Pulp Fiction aunque en este caso el tono general es mucho más negro y sangriento, quizás excesivo y carece de esas dosis de humor que el director norteamericano introduce en sus películas. O quizás recuerde al Scorsese de Taxi Driver, aunque el protagonista en nigún momento pierde la cabeza.   La historia que nos cuenta esta película tiene un protagonista principal que da título a la cinta. Es Driver, un joven mecánico que complementa su sueldo trabajando como conductor en arriesgadas escenas de cine, como especialista. Driver también es un conductor excepcional que llama la atención de promotores que piensan que puede tener llegar lejos como piloto de autos de gran cilindrada. Lo que nadie sabe de él es que, algunas noches, complementa su triste salario en el taller trayendo y llevando a delincuentes. De hecho la película tiene una magnífica presentación o introducción que ocupa las primeras secuencias del film en las que se ve a Driver esperando a los delincuentes para despúes transportarlos a un lugar seguro, persecución policial incluída, a todo gas por las nocturnas calles de Los Ángeles. Así transcurre su vida, entre el taller, las arriesgadas escenas del cine y las cundas de delincuencia que le reportan unos míseros ingresos para subsistir en su pequeño apartamento. 

    Sin embargo algo inprevisible se cruza en su monótona vida: el amor. ¿Qué sería del Noir sin una buena y tormentosa historia de amor?. Nuestro joven protagonista conoce por azar a Irene, que se ha trasladado a vivir con su hijo Benicio al apartamento contiguo al de Driver. Pronto surge una buscada complicidad que lleva irremediablemente a una bella relación. Y a pesar de que ella tiene un hijo, los tres se complementan a la perfección. El problema (siempre en el cine negro ha de surgir algo así que altere la normalidad) es que ella está casada con un delincuente. Y como no podía ser de otra manera el marido sale de la cárcel, debiendo ambos enamorados apartar su historia de amor momentáneamente. Hasta aquí tenemos unos elementos diríamos habituales en una película normal: chico conoce chica, ambos se enamora, ella tiene un hijo, su marido regresa de la cárcel.


    El problema ( y lo que realmente da sentido a toda la película) es la trama que surge con la aparición de la mafia, la pequeña mafia que patrocina a Drive como piloto y la gran mafia de Philadelphia que busca un millón de dólares perdido en una casa de empeños. El marido de Irene, Standard, tiene una deuda que ha contraído en prisión con un grupo mafioso y debe pagarla. Driver, a pesar de que es su competidor por el amor de Irene, decide ayudarlo. En esta acción se ve el lado humano y altruísta de nuestro protagonista. Aunque le duela prefiere ver a Irene y a Benicio felices al lado del hombre que es su marido. Pero todo dará un giro de 180 grados en ese maldito atraco. Drive espera 5 minutos ( nunca espera más, si el delincuente no se las arregla con ese tiempo se queda en tierra). Antes de terminado el tiempo aparece un enorme coche con lunas tintadas que se coloca paralelamente al suyo. Algo pasa aquí, ¿quiénes son estos tipos?. El drama se huele. Drive consigue que el dinero acabe en su maletero pero  Standard, el marido de Irene, es tiroteado y muere. Algo ha salido mal, algo huele a cuerno quemado. Lo que sucede a continuación es que la película se vuelve endiabladamente tenaz, todos los acontecimientos ocultos y sangrientos se precipitan. El millón de dólares ( que Drive ni se imagina) ponen en marcha un proceso en el que todos van a salir bastante perjudicados y en el que el joven conductor mostrará una incalculable sangre fría para poner a salvo lo que más quiere: a Irene y su hijo, aun a riesgo de perder su vida.


  La película hechiza por muchas razones: el guión de Hossein Amini es muy negro, tanto que recuerda a esas películas de cine criminal de toda la vida.  Destaca por encima de todo un clasicismo que se ve fragmentado, roto y salta por los aires cuando la terrible y brutal violencia hace acto de presencia. Si bien aparece como pleno de sentimentalismo la bestialidad del mundo en el que se desarrolla deja poco espacio para el romance. En realidad deja muy poco espacio para casi nada que no sea la violencia, el crimen. Ningún espacio para la absolución.

   La estética de la cinta, es tan ochentera que recuerda a otras películas del género como ya decíamos. La actuación de los protagonistas, en especial un Ryan Gosling en estado de gracia, como el frío y calculador Drive, el mártir engominado  y chuleta, bella fiera que no se deja amilanar por nada ni nadie, aunque una mafia criminal de la peor especie amence lo que más quiere. Sus acciones al volante recuerdan a Bullit, son excepcionalmente emocionantes. Carey Mulligan es Irene, la madre de Benicio. Es la típica mujer frágil que ha acabado con un criminal de poco fuste y se ve atrapada por su amor por Drive. En ese sentido interpreta magníficamente su papel de mujer débil pero enamoradiza, asustada y dura, inflexible ante el mal que contempla a su alrededor. Ron Pearlman es Nino. El veterano actor continúa en su estilo personal, que le acerca mucho a estos papeles de mafioso sin escrúpulos que tan bien aborda. El resto de los actores dan la talla, incluso Christina Hendriks en un papel ínfimo ( sí, la tetona de Mad Men).

  El director Nicholas W. Refn demuestra que sus anteriores trabajos no eran flor de un día. Incorpora a la película una serie de detalles visuales muy logrados, una fotografía sombría que se troca por momentos en luminosa, una luminosidad pavorosa, apabullante que destaca claramente los momentos de lucidez y los de descenso a los infiernos. Así, el realizador lleva a cabo un derroche de estilo, con todos los elementos propios del género cinematográfico: las carreras trepidantes de coches, las amistades peligrosas y el romance, el cine de gangsters y de vengadores. Consigue crear una situación de tensión que se incrementa con el paso del metraje, cuando nos apercibimos de la crueldad hacia la que se dirige Drive, devorado por el monstruo de la venganza. De esta manera Refn consigue crear una serie de escenas inolvidables que quedarán indelebles en nuestro imaginario.

   Quizás haya violencia gratuíta pero seguramente no haya mejor ocasión para mostrarla. Escenas como cuando vemos el cine dentro del cine, con esa máscara impersonal que tanto protagonismo tendrá al final o el momento del ascensor, con esa penumbra remarcada por unos personajes que sabemos malvados, ejemplifican la idea clave de esta obra de arte. Esto es cine, amigos.

viernes, 6 de diciembre de 2013

LA SOGA (1948)

  Estamos ante una de las obras clave dentro de la intensa y emocionante filmografía de Alfred Hitchkock, el genio del suspense. En este caso parece que estemos asistiendo a una representación teatral porque toda la película se desarrolla en un pequeño salón con vistas a la ciudad de Nueva York. Este recurso multiplica la emoción que la historia ofrece al espectador, una historia enferma, un primer shock nos aguarda. Porque cuando la cámara penetra en la estancia después de un breve travelling desde una calle neoyorkina dos jóvenes acaban de estrangular con una cuerda, con la soga, a otro que conocían previamente (no desvelamos nada con esto). De hecho acaban de asesinar a uno de los invitados a su macabra fiesta, al que habían citado con antelación. Una fiesta de la que solo ellos conocen su verdadero significado.  Brandon y Philip han llevado a término, como habían planeado y teorizado desde mucho tiempo atrás, el crimen perfecto, con el solo propósito de la satisfacción de perpetrar el crimen por el crimen, sin ningún otro móvil.  Intentan poner en práctica eso que el ensayista británico  Thomas de Quincey  en su  asesinato como una de las bellas artes proponía con sorna. Y así lo dispone Brandon, auténtico cerebro de la maquiavélica idea. Philip solo es su comparsa, un ser que para su amigo Brandon no deja de ser un mediocre al que convenientemente ha manipulado para ejecutar su diabólico plan. La idea de perpetrar un asesinato por el placer de hacerlo y porque ellos son "hombres superiores" y que, por tanto, tienen derecho a quitar la vida a un mediocre mortal está presente en la ideología de Brandon.

  
Además todo puede resultar todavía más apetitoso si el asesinado es uno de los invitados a la fiesta. Si encima esconden el cuerpo en un arcón antiguo en el que suelen guardar libros y, en un arrebato de genialidad, Brandon dispone que el refrigerio se sirva encima del mismo, el acto de asesinar se convierte en un placer. Nuestro protagonista se cree por encima del bien y del mal, piensa con clarividencia que es un superhombre, en la acepción nietzscheana del concepto.  El espectador, por tanto, sabe ya quienes son los asesinos, su motivación, su móvil. Lo interesante de la película es cómo, durante el desarrollo de la fiesta, esa a la que jamás parece llegar  David Kentley pero en la que su cadáver yace en el arcón, se suceden una serie de escenas y situaciones que llevan a los asesinos a ser devorados por el monstruo de la culpa, encarnada en su profesor de criminalística, Rupert Cadell, el invitado estrella y con el que pretenden jugar al gato y al ratón, poniendo en evidencia que el crimen perfecto existe, contradiciendo sus tesis más académicas. A partir de ahí el desenlace será el previsto y anunciado por las sospechas que el docto profesor, interpretado de manera magistral por James Stewart, va recabando conforme transcurre la fiesta en ese maravilloso ático neoyorquino.

   El guión es una auténtica joya. Consigue establecer una estructura narrativa de una única escena, de 80 minutos de duración, en la que suceden todos los hechos ya reseñados. Está basado en una obra de teatro que se insira en un caso real de homicidio acaecido en los años 20 y está escrito por Hume Cronyn.  Por ese aspecto teatral que mantiene al espectador dentro del habitáculo del apartamento todo se centra en la actuación de los actores como si estuviésemos viendo la escena de un teatro. Lucen y brillan especialmente James Stewart en su papel del profesor Rupert Cadell y John Dall que representa fielmente ese personaje perverso e infinitamente inteligente, dandy, guapo y con buena posición social. 

   Una escenografía teatral, un salón del ático con magníficas vistas al skyline neoyorquino que nos ofrece un único punto de fuga, unas vistas obviamente fingidas y que parecen estar ahí, mirando, cual voyeur que, impenitente, observa sabedor del enigma, el desarrollo de los acontecimientos. Nueva York observa, mira la escena y nos mira contínuamente a  nosotros, espectadores. Magnífico recurso visual que acentúa la sensación que Hitchkock quiere provocar en el espectador desde el principio: la ansiedad, el sobresalto continuo, sobre todo cuando los asistentes son invitados a comer el refrigerio encima del arcón que es ya un ataúd.

  La cámara nos acerca cada vez más al arcón, que es uno de los objetos fetiche que elige en esta ocasión el director para que el espectador dirija su atención hacia él, igual que utiliza otros elementos icónicos como la cuerda o las velas encima. Un éxtasis de paroxismo nos sacude cuando llega ese momento en el que la empleada del hogar se dispone a quitar el mantel y abrir el arcón para colocar los libros. Sin embargo, Philip, en un arranque de genialidad consigue evitar el desbaratamiento de su diabólico plan. Hitchcock juega con nosotros al gato y al ratón. El director nos demuestra en esta película como la maldad del ser humano puede llegar a ser infinita y que la mejor educación no es óbice para evitarla: los asesinos dialogando amigablemente con el padre de la persona que acaban de asesinar, la sangre fría de Brandon y las dudas de Philip, al que corroe la culpa.   

La música de L.F. Forbstein prácticamente pasa desapercibida en esta primera película en color del maestro británico. Se limita a acrecentar en momentos puntuales el suspense con el añadido de la música de piano de Poulenc que interpreta uno de los asesinos, Philip. En definitiva, una película que queda indeleble en nuestro recuerdo, una de las grandes de Hitchcok, de esas que solo el maestro británico sabía elaborar con gran virtuosismo. Intensa y enferma.